lunes, 22 de abril de 2024

Deambulando por Hoyo / La Berzosa (20.04.2024)

Habíamos ido al pueblo a hacer un recado y decidimos dar un mini paseo campestre con Victoria. Por ir a algún sitio al que no solemos ir cogimos la calle Frontera justo después del BM. Yo quería avanzar más con el coche pero la parte asfaltada se acabó pronto y tuvimos que dejar el coche ahí.



Caminamos por la pista de la calle Frontera - Empedrado - Carrascal (dudo mucho que alguien las llame así pero eso dice el mapa) hasta llegar a la zona de contenedores de poda donde era mi intención aparcar en un principio. Está claro que mejor acceder desde la carretera de Torrelodones en vez de la de Colmenar.

Entramos en el campo y es que no hace falta caminar grandes distancias estos días, está espectacular mires donde mires y vayas donde vayas. Incluso las zonas fronterizas campo-pueblo han sido colonizadas por los millones de plantas y flores y dan gusto. 

De camino al puente de Rolinares fuimos oyendo herrerillos y verdecillos, subiendo a rocas y cogiendo margaritas, viboreras, dientes de león y amapolas. El sol bajaba por el oeste y la luz era inmejorable. A nuestra espalda todo el cordal de la sierra del Hoyo cerraba el paisaje por el norte.

El puente de Rolinares no es más que dos vigas de piedra colocadas sobre un arroyo sin nombre que baja seco gran parte del año. Muchas veces tendemos a despreciar la utilidad de estos viejos puentes pero si están ahí es por algo. Seguro que en el pasado ayudaba a pasar carros pese a que ahora una persona pueda saltar el arroyo tranquilamente en su época de mayor caudal. 

La tarde era estupenda así que seguimos caminando y a una veintena de metros del camino saltó una abubilla. Victoria la vio y perseguimos al pobre pájaro haciéndole salir de entre las hierbas un par de veces hasta que se alejó entre unos arbustos. Me preguntaron el otro día por mi pájaro favorito y contesté que la abubilla sin pensarlo mucho. Tras pensarlo un rato más no modificaría mi respuesta.

Victoria iba ya cansada de todo el día y se acercaba la hora de dormir para ella así que dimos la vuelta, encarando ahora los picos de El Estepar y La Tortuga. Hicimos unas fotos entre la hierba y un pájaro voló hasta un árbol cercano. No lo reconocí inmediatamente pero me acerqué lentamente hasta el enebro en el que se había posado e identifiqué a un alcaudón común. No salió volando y de hecho me pude acercar hasta 2 metros del árbol sin que se molestara. Luego ya echó a volar de nuevo y se posó en otro árbol un poco más allá. En teoría son frecuentes por aquí pero yo al menos no lo había visto nunca. Es bastante inconfundible, con su modesto tamaño (siempre pensé que eran más grandes), su cabeza naranja-marrón y sus colores blancos y negros en vuelo con las alas abiertas.

Cruzado de vuelta el arroyo nos separamos del camino principal al ver a un perro suelto con malas pulgas. O mejor dicho, al ver al dueño del perro quien parecía tener aún menos luces que el animal. Les dejamos pasar y esperamos en las cercanías del arroyo escuchando a un chochín y a un escribano triguero.

Ya en las primeras calles del pueblo nos desviamos hacia unas fincas donde había un par de caballos blancos y un nutrido grupo de ovejas con los que Victoria se entretuvo un buen rato. Está absolutamente obsesionada con los caballos. Preferiría que fuera con los pájaros pero algo es algo.

Casi llegando al coche oí el canto de un ruiseñor desde muy cerca del camino, en una rama como quien dice encima de nosotros y Eva lo localizó a un par de metros. Es fácil oír a estos virtuosos del canto pero bastante difícil verlos así que nos deleitamos un buen rato con su canto y su visión. No es un pájaro muy espectacular a la vista pero insisto en que su canto es alucinante, con muchísimos modos diferentes.

Con las últimas luces del día y el sol cayendo tras los Picazos llegamos al coche, de nuevo encantados con un breve paseo campestre en la época que más luce el campo.

miércoles, 17 de abril de 2024

Deambulando por Hoyo / La Berzosa (14.04.2024)

Subo con Eva desde los depósitos de gas por la senda del pollo frito. Este risco era probablemente el sitio más alejado al que me llevaban mis padres cuando era pequeño. Tantos días y semanas pasados aquí y nunca me llevaron a descubrir mucho el entorno, curioso. Eso si, si recuerdo oir hablar de este risco y de hacer excursiones cortas hasta allí. En algunos sitios aparece como Cerro del Mesto, pero en este caso mis conocimientos vienen más de la experiencia familiar que de la oficialidad asi que se queda con el pollo frito. (Más que del pollo frito debería ser del pollo asado, pero bueno, los nombres quedan ahí y no seré yo quien cambie este).


Nada más entrar al campo cruzamos algún regato que llevaba agua y no suele hacerlo mientras disfrutamos con el planeo de un milano que oteaba el campo en busca de alguna presa. Marcas de jabalíes por todos lados, cantueso, jaramago, romero y jaras. Las encinas en flor y los enebros cargados de frutos.

Al llegar al collado bajamos en paralelo al barranco del Cura, aún en la cuenca del Guadarrama y por un camino bastante degradado por la culpa compartida de las bicis y de las lluvias. Llegamos a la zona de chopos del arroyo de la berzosa, un sitio muy agradable donde hay una especie de tipi hecho con troncos y varias charcas o represas en el arroyo. Hice una parada (eva ya pasa de mi en estas ocasiones y hace bien) ya que oí un canto no identificado y pude disfrutar de una curruca cabecinegra durante un buen rato. Ojos rojos, cabeza negra, bonito bicho. Son complicadas de ver las puñeteras currucas, no paran quietas. Seguimos camino tras encontrarnos con unos amables guiris marcando una carrera pese a su poca pinta de corredores y cogemos el camino de las charcas de las ranas.


No se como se llaman estas charcas pero este nombre me parece bastante adecuado, y más viendo el concierto que se llevaban el otro día. Con los prismáticos pudimos ver unas cuantas ranas o sapos en el agua mientras que un grupo de chavales nos amenizaba con reggaeton. Mejor esto que los dueños de los perros que los dejan bañarse en las charcas.

Subimos el camino por un entorno muy verde y bucólico hasta llegar a la zona de las praderas de Veris, con varios lugares pintorescos donde sentarse a la sombra y comerse un bocadillo de tortilla, cosa que esta vez no hicimos. Comprobamos el abrevadero y bajamos hasta el aparcamiento del Berzalejo donde cogimos la senda que sube a los Altillos.


No sé a qué lumbreras se le ha ocurrido instalar una valla metálica para proteger su muy especial terreno de 50 metros de lado, pero hay gente para todo. El camino sube en paralelo a un arroyo e incluso por mitad del mismo pero continuamos sin mayores problemas más allá de algún amago de taquicardia por parte de mi ya considerablemente embarazada esposa. Paramos en una roca a tomar aire un poco más adelante del cruce del barranco de las joyas y continuamos hasta que vimos una casa de campo a la derecha del camino. Allí evaluamos la situación y en vez de tirar al pueblo por los decorados y la Tejera giramos a la izquierda para, atravesando Los Altillos y Las Machorras volver a casa. Mucha jara, mucho enebro, alguna curruca, tiempo perfecto. Bastante agua, pero no se cuanto durará con estos calores.

Deambulando por Hoyo / La Berzosa (07.04.2024)


Salimos con Vic y su abuela Raquel desde el aparcamiento del parque de la tirolina bajo un cielo parduzco provocado por la calima. No recuerdo muchos episodios de calima cuando era pequeño pero el caso es que en los últimos años la tenemos aqui varias veces al año. ¿El cambio climático? ¿Memoria selectiva? Who knows. En cualquier caso es un incordio que hace que todo pierda color y yo en concreto la alegría de vivir.


Bajamos paralelos a la verja para luego girar hacia el norte bordeándola y cruzando el arroyo que mana de la zona de las charcas, inundadas de agua y rebosando. Menudo año de agua. Subimos entre las charcas oyendo el constante croar de ranas y/o sapos y enseñando los renacuajos a Victoria y tras una pequeña subida cogemos el camino que gira hacia el oeste, por las lanchas, Bóbilas y los Corrales de Julia. Hay movimiento en los colmenares y nos entretenemos viendo las mariposas, pregúntandonos porque algunas flores de las jaras tienen cuatro puntos granates, y oliendo las plantas aromáticas: cantueso en flor, tomillo, romero y otra que no identifico pero que huele muy fuerte llegando incluso a ser desagradable. Enfrente de las Bobilas hay unas cabras y unos burros tranquilos con los que Victoria se entretiene.

El tiempo se empieza a torcer y las nubes grises amenazan con venir desde El Escorial. En teoría no llovería hasta después de comer pero el viento se agita un poco y Eva decide unilateralmente que Victoria ha tenido suficiente paseo y me dejan solo de camino a las cascadas. Pese a que me hacía ilusión que Vic llegara no me quejo demasiado, valoro cada vez más un rato de tranquilidad en el campo.

Continúo a buen ritmo ahora que puedo y cruzo el arroyo del Ladrillar (entubado) y el de Peñaliendre, que bajan ambos con bastante agua, sobretodo el segundo el cual es hasta complicado cruzar sin mojarse. Pasado el vado me quedo un rato sentado en una roca intentando localizar a una curruca, un petirrojo y un pinzón, pero tras unos minutos me harto y sigo la ruta. 


En las cascadas me encuentro con bastante gente con crios y también con bastante perros. Ningún problema con los niños y tampoco con los perros, que molestan menos que los ciclistas panzudos equipados para bajar el Annapurna por los que hay que apartarse del camino cada poco tiempo. Las cascadas están en su mejor época con bastante agua que baja alegre camino del Guadarrama. No pierdo mucho tiempo allí y de bajada intento seguir el arroyo de peña Herrera hasta que su unión con el de Peñaliendre pero no hay camino y decido volver a la senda.


Allí vuelvo a pararme en el vado del arroyo de peñaliendre y ahora si consigo ver una curruca carrasqueña y oir un ruiseñor. Bonito momento de naturaleza. Cuando retomo el camino me empieza a llover encima, pero es hasta agradable sentir las gotas cayendo. Viene bien que se limpie la atmósfera del polvo sahariano este.

Vuelvo a pasar por delante de los burros, bajo a la zona de las charcas y oigo un canto no identificado. Mi app mágica me dice que es una alondra totovía y me entretengo un buen rato buscándola con poco éxito. Me vuelven a caer unas gotas así que aprieto el paso hasta llegar al coche.

jueves, 23 de abril de 2020

Transrraulaica 2019 Día 3: De Bachimaña a Bujaruelo

15-Julio-2019

Y aquí estoy, en plena cuarentena del coronavirus y a días de que nazca mi primera hija escribiendo el diario del último día de monte del CARAH. A saber cuándo volveremos a la actividad y si será con Eze y Victoria.

Nos levantamos raudos, desayunamos y salimos del refugio con la amenaza de más lluvia, secuelas aún de las tormentas de la noche. La consigna durante la primera parte del día iba a ser simple: NO PERDER ALTURA.

El GR-11 (y con él sus marcas rojas y blancas) bajaban hasta el balneario de Panticosa y luego subían de nuevo, pero habíamos investigado y la amable guarda del refugio nos había confirmado la existencia de una senda marcada levemente con hitos que a media ladera nos comunicaría con el embalse de Brazato con apenas un tímido sube-y-baja.

El valle de Panticosa
Nada más salir del refugio nos dirigimos hacia el sur-sureste y allí apareció una senda marcada por piedras. No hay que preocuparse si por momentos baja, pero si el descenso se mantiene por espacio de 5' es mejor parar y replantearse donde va uno. Al principio el camino bordeaba un hueco en la montaña para posteriormente avanzar a media ladera siempre dejando a la vista al otro lado del valle el vertiginoso descenso hacia el balneario. Que alegría ver lo que nos habíamos ahorrado el día anterior. 

Al fondo se el camino que baja al balneario

Hablando de todo un poco por poco nos despistamos y tomamos por unos breves minutos una senda que descendía abruptamente. Afortunadamente nos dimos cuenta a tiempo y retomamos la senda correcta, llamada (pronto sabríamos el porqué) de la tubería.

Efectivamente tras cinco minutos más apareció una enorme tubería de conducción de aguas que conecta los embalses de las montañas entre sí y con el balneario. Son instalaciones antiguas, carcomidas por el óxido y maltratadas por los rigores atmosféricos de estas montañas, pero la verdad es que sorprende ver lo bien que aguantan. De vez en se pasa por una zona con fugas pero no creo que a nadie le importe demasiado. Así que siguiendo la tubería recorrimos de manera casi horizontal un buen trecho, atravesando incluso dos o tres túneles que horadaban la montaña.

Por fin tras unos cuarenta minutos de camino la senda conectaba con el GR11 que subía (igual que bajaba desde Bachimaña, es decir, casi a 90º) desde el balneario. Hicimos fotos a una descarada marmota y seguimos caminando hacia el embalse, ahora ya si subiendo un poco (ya tocaba, no se entienda como una queja). Recuerdo que nos pasó un trail-runner a toda pastilla, que cabrón, y no tenía pinta de haberse ahorrado la subida desde Panticosa.

Ibones altos de Brazato
Desde el embalse de Brazato una senda sube haciendo eses hasta otro nuevo collado que da acceso a los ibones del mismo nombre. Un sitio precioso, carente de toda vegetación por la altura a la que se encuentra (2500msnm) pero que sin duda compensa cualquier tipo de sufrimiento anterior. Nosotros paramos un breve momento y seguimos caminando en dirección este, hasta el puerto viejo de Brazato, donde haríamos el último cambio de valle, accediendo al de Bujaruelo.

El Vignemale, menudo mostrenco. 1200 metros de desnivel en apenas 2000 m.

El nuevo valle nos daba la bienvenida con los ibones de los Batanes y con una acojonante vista del Comachibosa (Vignemale) y sus 3299 msnm. No recuerdo una vista así, tan majestuosa en todo el pirineo. El Aneto se oculta muy bien, el Perdido no se ve tan claramente, únicamente el Posets y el Collarada se muestran de una manera similar desde el valle contrario. A pesar de los años pasados recuerdo nítidamente la imagen del Posets desde las granjas de Viadós y hace no tanto ver impresionado el Collarada desde la majada de Gabardito. Pero creo que la vista del Comachibosa desde los ibones de los Batanes no es igualada por ninguna otra.

Inmersos en una especie de hipnosis por el gran entorno, y también con un poco de prisa por llegar a San Nicolás de Bujaruelo, no lo vamos a negar, apretamos el paso y rápidamente conectamos con el Valle del Ara, a los pies del Vignemale. Este valle es mi favorito del Pirineo, así que no soy objetivo. Es de una belleza increíble y su longitud hace que su parte alta sea muy recóndita, aventurándose pocos montañeros hasta su final.

Ya en las cercanías de Ordesa
Y comenzamos el largo descenso del valle, eterno, a veces corriendo y a veces simplemente a buen paso. Las vacas, los corrales, las zonas de bosque bajo y ya al final las praderas alpinas y los remansos del río. Fueron 12 kilómetros que describo en pocas frases pese a lo que lo disfrutamos y el colofón es inmejorable, con la entrada al valle de Ordesa y el magnífico puente románico de San Nicolás de Bujaruelo.

Fin de ruta y enlace de todo el GR-11 desde Zuriza hasta Andorra: El puente de San Nicolás de Bujaruelo.
No hacía un calor tremendo, pero nos bañamos en el remanso bajo el puente y como fin de fiesta nos tomamos un chuletón en el restaurante del refugio. Bien lo merecía el haber enlazado todo el GR-11 (con variantes pero sin trampas) desde Zuriza hasta Andorra. Todo el pirineo central, ahí lo llevas.

El tramo hasta Torla lo hicimos en autostop con unos amables alemanes y de ahí a Jaca en la furgo de Mikel, que supongo desinfectaría después de llevar a 5 tíos asquerosos durante media hora. Yo me quedaría en Jaca, donde mis suegros y la pobre Eva aceptaron acogerme por enésima vez pero esta vez con un extra de sudor y suciedad. Nada que una ducha no arreglara.

miércoles, 22 de abril de 2020

Transrraulaica 2019 Día 2: De Formigal a Bachimaña

13- Julio - 2019

Me suena que el suculento desayuno que nos dieron en nuestro hotel no nos duró a ninguno mucho, de hecho creo que tiramos las bolsas de basura en el último cubo de basura de la urbanización. Y detrás de ese cubo, o de un jardín privado, que para el caso es lo mismo, apareció Puskas: el chucho. Un perrillo bien simpático que nos estaba escoltando hasta que dejáramos atrás la urbanización. O eso creíamos nosotros. El perrillo nos siguió durante casi 10 km y 1000 metros de desnivale y a día de hoy es probable que nuestro valiente Puskas siga acumulando tresmiles entre España y Francia, sobreviviendo como perro guía (de montañeros, no de ciegos) en los meses de invierno. 

Pero volvamos a la ruta, que me despisto. El primer tramo del día fue como el último del día anterior: una turra terrible. Al menos estábamos descansados, hacía fresquito y teníamos agua. Descendimos por la carretera hasta casi el pueblo de Sallent, con esa molesta sensación que te acompaña siempre que empiezas una jornada bajando provocada porque no puedes parar de pensar que todo lo que desciendas lo tendrás que recuperar cuando ya estés bastante más cansado.

La carretera giraba hacia el norte rodeando la pintoresca Peña Foratata, guiando nuestros pasos hacia el embalse de La Sarra. Por fin allí el asfalto dio paso al camino y se acabó la parte más engorrosa de la ruta. Nos echamos crema, ahuyentamos a los últimos mosquitos del amanecer y mandamos a nuestro sherpa Puskas en cabeza. Por momentos le perdíamos de vista pero siempre aparecía en lo alto de un promontorio, con su silueta recortada ante la luna aullando al cielo. Esto puede que me lo esté inventando, la memoria me juega malas pasadas a veces.

Preciosas vistas de buena mañana

Además de ser de tierra, el camino empezaba a subir y se empezaban a ver las primeras hayas, esplendorosas en este mes de Julio. Y sin casi darnos cuenta estábamos rodeados por un sombrío y majestuoso bosque pirenaico por el que era un auténtico lujo caminar. El día parecía sonreírnos y a pesar de tener por delante aún muchas horas caminábamos felices, siempre liderados por Puskas, que nos protegía de los malos espíritus del bosque.

Remontando el valle
Poco a poco fuimos ganando altura y el bosque se abría dejando paso a magníficas vistas: al sur la peña Foratata y la boca del valle de Sallent, al norte los picos de Arriel y al este una preciosa cascada y un escalón que nos separaba de la zona de Respomuso, primera parada del día. Para salvar aquel, la pendiente se inclinó pero bastante fuertes de fuerzas aún superamos sin mayor dificultad el desnivel para encontrarnos en el entorno del embalse de Respomuso y el circo de Piedrafita.

Ya con varios tresmiles a la vista (Gran Facha, Balaitous) descansamos en el refugio tomando algo y decidiendo la estrategia para comunicarle a nuestro amigo Puskas que no continuaría más con nosotros.

Ibón de Respomuso y entorno. La pirámide perfecta creo que es la Gran Facha
Agradecíamos mucho los servicios que nos había prestado pero nos considerábamos capaces de hacer nosotros el resto del día sin su ayuda. Aprovechamos un momento en el que estaba jugando con unos amigos y abandonamos el refugio a todo correr. Qué es de él a día de hoy nadie lo sabe, pero seguro que se buscó la vida por allí. Si me lees, Puskas, ole tus huevos de perro. Si me lees tú, dueñ@ de Puskas, nosotros no le secuestramos, fue él quien insistió en vivir una aventura.

Dejando atrás la historia del perro, recuerdo que en la zona de la cabecera del embalse nos liamos un poco. Las marcas no eran claras y casi llegamos al ibon de campo plano cuando teníamos que enfilar hacia el de Llena Cantal. Superado el despiste remontamos una pequeña subida que nos dejo en el ibon correcto donde Ignacio se dio el ya habitual baño y el resto descansamos tirados en la hierba.

Vista desde el ibón de Llena Cantal. Subimos por una diagonal de derecha a izquierda.
Nos quedaban 350 metros de desnivel hasta el collado de Tebarray, que con casi 2800 msnm es uno de los puntos más altos del GR11. Aún quedaban neveros a estas alturas y mirábamos un poco temerosos el cielo, ya que anunciaban tormentas para el final del día. Afortunadamente aún era pronto y de haberlas, nos pillarían más abajo, ya por Bachimaña.

Poco a poco y en grupos de a dos fuimos subiendo por un terreno suelto, incómodo, salpicado de neveros que aunque seguros, si entorpecían el ritmo. La altura y el desnivel acumulado (llevábamos ya 1200 metros positivos acumulados eses día) hicieron este tramo bastante duro pero cuando llegamos al escalón final, en donde una cadena te ayudaba a salvar los últimos metros, todo mereció la pena. Un paso bastante alpino culminaba el collado, y las vistas al otro lado supusieron un justo premio.

Trepadita final al collado de Tebarray
¿Es el ibon de Tebarray una de las mejores vistas del Pirineo aragonés? Al menos subiendo desde Respomuso puede que si. La gran altitud a la que se encuentra y el entorno casi lunar, sin árboles y con las moles pálidas de los Infiernos detrás te transportan a otros macizos, en el que los bosques de hayas y las praderas alpinas quedan lejanos. Bordeándo el ibón a casi 2800 metros de altura pasamos del valle de Sallent al de Panticosa. Quizás debimos habernos animado a subir al pico de Tebarray, pero siempre hay que dejar retos para las siguientes visitas.

Ibon de Tebarray y los Infiernos
En el collado opuesto al de Tebarray soplaba un fuerte viento, presagio de tiempo cambiante y de futuras tormentas. Animados porque desde ese punto hasta el final solo habríamos de bajar, cogimos un buen ritmo y pactamos no parar a comer hasta perder más altura.

Escoltados por el Garmo Blanco y las Marmoleras descendimos a buena velocidad por el barranco de Piedrafita y sólo al llegar a los 2300 metros en el entorno del ibon azul superior paramos y comimos unos buenos bocadillos. El siguiente tramo fue un poco monótono y lo recorrimos a paso ligero. Se bordea el ibon de Bachimaña que parece no acabarse nunca y en la cabecera del embalse aparece el refugio del mismo nombre. Pero nosotros no habíamos conseguido reserva aqui sino más abajo, en el refugio anexo al balneario de Panticosa, lo que suponía 600 metros de bajada ese día y otro 600 metros de subida a la mañana siguiente. Mal negocio.

El muy azul ibón azul
Con todo el grupo reunido de nuevo antes de la última bajada, Tone aka Coleman se acercó al refugio a cargar agua. Tras 5' le vimos volver sin botellas ni cantimploras y un pequeño hilo de esperanza surgió en nuestras cabezas. Tone nos confirmó la buena noticia. Se les habían caido unas reservas y tenían plaza y al ser los mismos dueños que los del refugio de abajo no tendríamos que pagar nada extra por la cancelación. Nos acabábamos de ahorrar 1200 metros totales de desnivel que ibamos a agradecer mucho.

Echamos la tarde leyendo, descansando y viendo caer una pequeña tormenta, que siempre es un placer si estás a cubierto.

martes, 21 de abril de 2020

Transrraulaica 2019 Día 1: De Canfranc a Formigal

12-Julio-2019

Tuvimos que esperar 6 o 7 años, pero al final conseguimos no ir solos al monte. Un miembro del club tuvo que hacer las maletas y cruzar montañas y ríos hasta llegar a una tierra donde se nos comprendía e incluso admiraba (bueno, esto último no lo tengo tan claro). La patria chica de Juanito Oiarzabal, de Edurne Pasaban, de Karlos Arguiñano, de Santi Abascal. El edén de los montañeros, el paraíso perdido de los aventureros de 3 al cuarto que huyen de la meseta para pisar verde y comer tortilla de bacalao. La tierra del eterno chubasco y la inexistente distinción entre condicional y subjetivo.

Paro ya que corro el riesgo de acabar escribiendo un guión para Dani Rovira.

El caso es que Toni G había conseguido socios, y vaya socios. Lo mejor de cada casa.

Esta vez partiríamos de Canfranc y por tanto y aprovechando que mis suegros aún me aceptan en su casa, dormí allí y me junté con el resto de la tropa a las 8 de la mañana en la estación de autobuses de Jaca. El día anterior nos habíamos organizado para dejar un coche en Torla, de manera que el último día todo fuera más sencillo.

Cogimos el autobús de la mancomunidad hasta llegar a Canfranc-Estación (que el arbitro del GR-11 nos perdone el saltarnos el tramo Canfranc pueblo - Canfranc Estación) donde compramos comida para el día y fui conociendo a mis nuevos compañeros de ruta.

El camino comienza en la desubicada y semi-abandonada estación internacional de Canfranc, vestigios de un cruce fronterizo otrora importante y hoy reducido al tráfico rodado debido a la desidia francesa y el olvido nacional. Cruza el río y se interna en un bosque por el que discurre entre entretenidas subidas y bajadas hasta el enlace con la pista de la Canal Roya. 

La pista, aburrida como solo las pistas lo son, se nos hizo bastante amena mientras íbamos contándonos historias y disfrutando de la vuelta al monte. El primer día siempre es alegre. La mochila aún no pesa, los hombros no duelen y los pies no arden. Todo parece (y es) verde y fresco comparado con la ciudad y el día a día.

Echando la vista atrás, hacia el Aspe

La pista muta en camino y el camino en senda y el llano deja paso a la cuesta arriba. Adelantamos a una pareja de navarros y Koldo, que se casaría pronto, les deleita con una jota de la tierra. Piel de gallina, ojos humedecidos. La conjunción naturaleza - arte llevada a cotas nunca antes alcanzadas. 

Seguimos con ritmo animado pero nos vemos obligados a parar ya que además de su alma, Koldo se había dejado las gafas de sol mientras cantaba la jota en aquel claro del bosque.

Ya con todo equipo reunido de nuevo superamos las cuestas más duras y llegamos a La Rinconada, que así se llama al llano en el que termina la canal. Un prado alpino precioso con vacas, caballos, marmotas y alguna espécimen humano ligera de ropa. Aficiones como otra cualquiera que tienen algunos. Unos se comen una barrita de cereales y frutas, otros muestra su comunión con la naturaleza mostrándose tal y como son.

El final de la Canal Roya: La Rinconada
La senda ya no era obvia, pero estaba claro que había de haberla. Era necesario vencer a la pared casi vertical que nos cerraba el paso y poco a poco fuimos distinguiendo el camino, que a base de infinitas zetas salvaba mucha altura en muy poco recorrido. A ello nos pusimos, cada uno a su ritmo y echando la vista atrás admirando el paisaje y recuperando resuello.

Arriba nos esperaban los ibones de Anayet, enmarcados por la silueta del Midi d'Osseau. Su color marrón barro nos supuso una pequeña decepción, no lo negaré. Allí, ya con el sol apretando fuerte hicimos una parada larga y nos comimos el pan y embutido acarreado desde Canfranc. Que momentos de absoluto placer puede darte una hogaza de pan y un paquete de jamón Navidul calidad mediana. Como merece la pena llevarlos en la mochila. Siempre en mi equipo el jamón de lonchas y el queso de la tierra.

El Anayet

Le Midi y los decepcionantes ibones del Anayet
Tras unas fotos de equipo nos echamos de nuevo al camino, sabiendo que era ya todo bajada o llano hasta Formigal. La primera parte del descenso, estupendo, siguiendo un arroyo saltarín en el que algunos incluso se bañaron y otros mojamos los pies. La trocha bajaba encañonada entre dos riscos que nos ocultaban la cara B de una fuente de ingresos muy importante para estas zonas. Cuando la vista se abrió pudimos ver las contrapartidas de una estación de esquí. Que desolación, que horror. No son solo los hierros que se elevan allá donde mires. Son los desmontes, las zonas deforestadas, las pistas abiertas en lo que en algún momento fue una pradera, etc. El horror.

La Marmolada de los infiernos al fondo
Y al horror le añadimos la sed, porque desde que llegamos a la zona de Anayet de la estación de Formigal hasta el núcleo de urbanizaciones y hoteles, fue una hora larga de caminata a buen ritmo a pleno sol, cansados y sedientos por una zona desagradable, al lado de la carretera y con vistas a las pistas de esquí. Creo que no me equivoco si digo que es la parte mas fea y tediosa de todo el GR-11 que hemos hecho hasta ahora.

Por fin entramos en la horrenda urbanización y calmamos nuestra sed en una terraza con agua, cerveza y aquarius.

La tarde la pasamos entre la piscina y las terrazas de Formigal, descansando y riéndonos cerveza en mano.

domingo, 19 de abril de 2020

Transrraulaica 2018 Día 4: Subida al Collarada

18-Septiembre-2018

"La pista de Collarada lleva, a través de sus 15 Km., aproximadamente, a los refugios de La Espata (1.690 m.) y La Trapa (1.720 m.). El acceso en vehículo privado solo es posible hasta el refugio de La Espata y se requiere un permiso específico, que se ha de llevar visible en el salpicadero del coche en todo momento"

Lo que no dicen en la página del ayuntamiento de Villanúa es que el estado de la pista es desastroso, y que más te vale tener un todoterreno para circular por ella. Mi Citroen C4 desde luego que no era el vehículo más apropiado para ir por esa vía pedregosa, llena de baches, cantos rodados del tamaño de un balón de rugby, ramas caídas y zonas de arenilla. Al menos peligroso no era, pero lo pasamos mal hasta que llegamos a la zona del refugio de la Espata. Mala idea, sin duda alguna.

Hoy el día era diferente. Era una ruta de ida y vuelta y teníamos el coche a pie de ruta, así que no teníamos que llevar casi nada a cuestas. Algo de comida, agua y algo extra de abrigo. Se notó, vaya si se notó.

Tras abonar el terreno cercano al refugio, falto a nuestro entender de nutrientes básicos para el desarrollo de la vida vegetal, echamos a andar por la pista a buen ritmo. Tres kilómetros casi horizontales que se recorren rápido, disfrutando el fresquito de la mañana. 

Una vez en la pradera del refugio de la Trapa empieza el baile: 1100 metros de desnivel en poco más de tres kilómetros y medio. Asi que para arriba, no hay mucho que pensar. El no llevar peso a la espalda se nota de verdad al subir, que ligereza. Ni dolor ni rodilla ni nada, como un tiro ibamos. Los primeros 500 metros (de desnivel) los hicimos rapidísimo, no recuerdo parar casi nada, siguiendo los hitos bien claros y el track del reloj. La vista hacia atrás es impresionante, con Villanúa abajo y Jaca y la peña Oroel al fondo. Unos sarrios nos entretuvieron a mitad de subida, sorprendidos de ver a gente en un martes de Septiembre por aqui arriba.

Vista hacia atrás: Villanúa, el valle del Aragón y la peña Oroel a la izquierda.
Cuando la pendiente se inclinó un poco más, y aunque ibamos bien, probamos una estrategia nueva: cada uno tiraría 100 metros de desnivel, y al llegar recuperariamos el resuello durante unos momentos y nos pondríamos de nuevo en marcha, esta vez guiados por el que iba a la cola antes. Sólo muy al final acortamos esos 100 metros a 50, ya casi entrando en la chimenea que da acceso a la cima.

Paisaje rocoso y lunar en la pirámide cimera
Coronamos por fin, con mucha más facilidad de que la que pensábamos el día anterior, preocupados por el cansancio acumulado y los dolores varios.

Que quede constancia de que subimos

Vista hacia el Norte. Ibón de Ip en primer plano
La visión hacia el norte es impresionante, con el ibon de Ip casi en vertical y todo el circo del mismo nombre cerrando el camino. Desde arriba pudimos ver todo lo caminado los días anteriores, desde el castillo de Acher al Bisaurin, desde el Bisaurín al Aspe. Que cuatro grandes días de montaña. Que maravilla es poder hacer esto al menos una vez al año. Viva el monte. Viva el CARAH.

Vista hacia el Oeste.
Las nubes empezaron a venir y la vista del majestuoso ibón desapareció. La temperatura bajó de manera importante y comenzamos el descenso, muy animados por el éxito del día. La bajada se hizo un poco más larga, nos saltamos algún hito y acabamos campo a través, pero no hay perdida ninguna, la ausencia de árboles hace que tengas bien claro en todo momento de donde vienes y a donde te diriges. El día era claro, la tranquilidad total, el monte para nosotros solos.

Bajando a la Trapa

Ni siquiera paramos en el refugio de la Trapa. Envalentonados por la cercanía del coche y reforzados por lo liviano que se nos había hecho el día cogimos la pista hasta llegar al coche en poco menos de media hora.

Y otra vez el tormento de la dichosa pista, aguzando el oido ante cada piedra, cada ruidito, cada posible pinchazo. Seguramente los peores minutos de los cuatro días. Pero afortunadamente no pasó nada y el coche llegó al asfalto sin mayores problemas. 

Un menú del día comido al solecito en Villanúa puso el broche de oro a nuestra escapada pirenaica, y no tardaríamos mucho en volver de nuevo.

Nota: esto no importa mucho, pero mientras comíamos en Villanúa me llamaron para ofrecerme un curro nuevo, y lo acabé aceptando.