miércoles, 27 de septiembre de 2017

Sri Lanka, la puerta del Sur de Asia - Día 3 - Mihintale y Sigiriya

Jueves 3 de Junio de 2015


Nos levantamos con algo más de calma, aunque la deslumbrante luz tropical inundaba la habitación desde las seis de la mañana. Nos dimos un baño en la piscina (solos, of course) y pedimos un desayuno ligero de fruta y tostadas. Nos encanta probar la comida local, pero con el desayuno somos muy occidentales; ya nos pasó en Japón y también aquí, tras un día de prueba volvemos al típico desayuno europeo. 

Sugat nos estaba esperando pacientemente en la puerta y tras descartar volver a Anuradhapura ya que el festival seguía, aceptó llevarnos al primer destino que teníamos planeado: Mihintale.
Este conjunto de templos se encuentra en las cercanías de Anuradhapura, a unos 8 km, y se erige en el lugar exacto donde  la leyenda dice que allá por el siglo III a.C el antiguo rey de Ceilan Devanampiya Tissa se encontró con Mahinda, un hijo del emperador de la India Ashoka y que se encontraba de viaje como monje budista. Este encuentro entre ambos supuso la conversión del rey y el momento en el que el budismo pasó a ser la religion "oficial" de la isla (o al menos de la mayoría de la población).

Roca de Mihintale

Mihintale

El lugar consta de una explanada a la que se accede tras subir unos 1800 escalones, bajo la atenta mirada de muchos monos. Alrededor de la explanada se yerguen varias colinas, cuyas cimas se encuentran coronadas por diversos monumentos: la roca sagrada a donde llegó el monje Mahinda, una gran pagoda blance y una estatua de Buda.

Era el segundo día de festival religioso, asi que la marea blanca también inundaba Mihintale, aunque en menor medida que el día anterior. Sugat nos dejó a pie de colina y subimos andando entre la multitud, que nos miraba extrañada. Todo el mundo se descalzaba y dejaba sus sandalias a pie del monte y nosotros hicimos lo mismo, pero metimos nuestro calzado en la mochila. Antes de subir se nos acercó una mujer, que dijo pertenecer a una asociación de prensa y nos alertó de que la mayoría de los peregrinos eran de zonas rurales, no acostumbrados a la presencia de turistas y que tuviéramos mucho cuidado. He de decir que en ningún momento vimos ningún tipo de peligro, la gente te mira extrañada, pero es amable, sonriente y educada. Nos sorprendió la advertencia de la mujer, la verdad.

Estupa blanca de Mihintale

Subimos la larga escalinata con cuidado de no pisar a nadie y llegamos a la explanada principal. Allí hay una estatua del rey Devanampiya Tissa iluminado junto a un árbol bodhi. 

Desde allí subimos a la estatua blanca de Buda y a la pagoda, desde donde se contemplaba un impresionante escenario de la llanura central del país, cubierta por un denso bosque y con las inmensas pagodas de Anuradhapura en la lejanía. La vista era increíble, pero no sería nada comparada con la que contemplaríamos más adelante en el día.

Vistas desde arriba

Rodeamos la pagoda haciendo fotos a los lugareños que nos lo pedían, que se miraban después en la pantalla de la cámara divertidos. En la bajada hacia el coche los monos acechaban a la vera del camino, atentos para comer algún fruto seco o resto que se le cayera a alguien.
A mano derecha nos desviamos hacia las ruinas de la estupa Kantaka Cetiya, del siglo I a.C. Semioculta entre la maleza, pudimos disfrutar de algún momento de calma, aislados un poco de los peregrinos.

Kantaka Cetiya


De nuevo con Sugat le pedimos que nos llevara directamente al siguiente punto de interés: Sigiriya, la roca del león.
Tras un largo viaje en coche (disfrutando del aire acondicionado, no lo vamos a negar) empezamos a ver más agitación turística, con más negocios de tours y souvenirs, y es que nos acercábamos al que probablemente sea el punto más turístico del país. Comenzamos la visita pagando la cara entrada, como en todas las atracciones turísticas de Sri Lanka. Bajo un sol inmisericorde y un terrible calor visitamos los jardines repletos de ruinas al pie de la gran roca hasta llegar al comienzo mismo de las escaleras.
Nos encontramos con mucho turismo local y tuvimos que ir casi en fila de uno subiendo lentamente. En el camino de subida nos hicieron pasar por una galería de pinturas o grabados con poco o nulo interés, en la que no corría el aire y el calor era completamente agobiante. Tras salvar el primer tramo de escaleras se llega hasta la pezuña del león, una impresionante escultura en la roca que precede el ultimo nivel de peldaños.

Pezuña del Leon

Allí cogimos aire y volvimos de nuevo para arriba, sudando copiosamente. El complejo palaciego de Sigiriya data del siglo V d.C, y fue mandado construir por el rey Kasyapa. En la cima, una vez subidos los 370 metros de escaleras el aire corría mucho más y se estaba mucho más cómodo.
La vista es grandiosa. Un interminable jardín del edén se extiende en todas direcciones. El verde lo inunda todo y tanto el llano como las montañas circundantes son un vergel donde el suelo se oculta bajo las copas de los frondosos arboles. Nos quedamos un buen rato admirando el paisaje, que lo merece.


Maravillosa vista


Ruinas del templo-fortaleza

Esta parte de la isla es muy plana, con colinas y rocas aisladas que saltean el paisaje. En lo alto de la roca, las ruinas del palacio o templo que fue abandonado mucho tiempo atrás. Es fácil comprender porqué se eligió esta localización, y es que la vista se prolonga en todas direcciones hasta el infinito. Volvimos a bajar, ya aliviados del tremendo calor y descendimos del todo perdiéndonos entre los jardines de roca y verde, alejándonos de la multitud hasta alcanzar la entrada de nuevo.

Ese día teníamos un muy buen hotel reservado, regalo de unos amigos y decidimos que ya estaba bien de morir de calor. El Heritance Kandalama es un hotelazo, con una arquitectura muy particular que se funde con la selva y el lago y que por dentro es todo comodidad y lujo. Pasamos la tarde-noche en la terraza descansando y leyendo, admirando las vistas sobre el estanque y el bosque y con el sol poniéndose tras las colinas.

Heritance Kandalama, hotelaco



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