sábado, 27 de agosto de 2016

Chile, día 8: La llegada al sur salvaje

4 de Enero de 2016

Nuestro avión salía a las 05:45 de la mañana hacia Punta Arenas, con lo que nos pusimos la alarma a las tres y pico de la mañana para salir hacia el aeropuerto.

Cuando nos despertamos a dicha hora, tenía en el móvil tres llamadas perdidas y dos mensajes de texto. En estos últimos se nos comunicaba que el vuelo había sido retrasado y que saldría finalmente a eso de las 9 de la mañana, con lo que nos echamos a dormir un poco más, en parte agradeciendo el descanso y en parte preocupados por el retraso de todo el plan del día.

De cualquier modo, al llegar la hora quedamos con el taxista que nos llevo al aeropuerto y tomando un café esperamos la salida de nuestro vuelo a la Patagonia, nombre mítico que nos evocaba tierras vacías e inexploradas.

¿El volcán Villarica quizás?
El vuelo en sí fue una auténtica maravilla. A partir de la mitad del viaje desde la ventanilla de la izquierda se empiezan a ver volcanes, ríos, lagos, glaciares y en general una naturaleza exuberante y salvaje que será de los últimos lugares no destrozados por la mano del hombre. Se apreciaban perfectamente los gigantescos y desconocidos glaciares del lado argentino, el Uppsala y el Viedma, al lado de los cuales su hermano el Perito Moreno es un simple arroyo de hielo.

Glaciar Uppsala

Ya llegando a Punta Arenas el piloto decidió dar una pasada panorámica por encima de las Torres del Paine, quizás como aperitivo de lo que veríamos los siguientes días. Le estaremos siempre agradecidos.

Vistas aereas del macizo de las Torres del Paine y el glaciar Grey

Un zoom a las torres. Realmente increible


Punta Arenas está casi al fin del continente, con únicamente la Tierra de Fuego más allá. Nada más salir de la terminal nos encontramos con el que iba a ser nuestro compañero de viaje los siguientes días: el viento. No hacía mucho frió y el sol brillaba en el cielo, pero un viento fortísimo azota continuamente este extremo sur del continente. Nos montamos los 4 en el coche y enfilamos hacia el norte, hacia Puerto Natales.

El sur del país está aislado por carretera del resto de Chile. Una masa de hielo y roca, el campo de hielo sur, que es la mayor del globo después de la Antartida y Groenlandia impide el paso de cualquier carretera. Para pasar hasta aquí hay que venir en barco desde Puerto Montt o cruzando a través de Argentina. Por eso, cuanto más nos movemos hacia el norte más nos alejamos de la civilización y más nos acercamos hacia lo salvaje. Toda esta zona esta vacía. Muy pocos núcleos de población y muy pocas carreteras. El resto del territorio, inmenso y sin estropear, permanece salvaje y desafiante ante nosotros.

Paisaje patagónico
Por el momento, hasta Puerto Natales las grandes llanuras y el viento son los protagonistas. Pocos árboles y los que hay inclinados según la dirección predominante del viento. Algún rebaño de ovejas y poco más. Son tierras duras e inhóspitas, donde tan solo las grandes estancias pueden sobrevivir con grandes rebaños de animales.


Paramos a mitad del camino en un restaurante de carretera muy especial. Decorado de manera rústica y con mucho gusto, nos sirvió para comer algo y cargar fuerzas, que el día iba a ser largo. El resto de los 250 km los hicimos del tirón, admirando el soberbio paisaje que se abre según te acercas a Puerto Natales.

Pintoresco sitios para parar en medio de la nada
Una vez allí llegó el momento de separarnos de Patricia y Jose, ya que ellos enfilaban hacia Argentina y nosotros hacia el P.N. de las Torres del Paine. Nos deseamos suerte y recogimos nuestro coche, un todo terreno que nos vendría muy bien en los días venideros. Hicimos la compra para el interior del parque pero nos retrasamos demasiado intentando que funcionara el teléfono móvil que Jorge nos había dejado. Al final desistimos y salimos para el parque, que aún nos quedaban unos 130 km.

Vistas de las torres al atardecer

A esas alturas del año afortunadamente el sol se pone muy tarde en el sur de Chile y conseguimos hacer todo el trayecto con luz solar. El paisaje cambia, y el amplio y luminoso fiordo de Puerto Natales deja paso a montañas y tierras más boscosas. Sigue sin haber rastro de vida, eso si. Al principio la carretera sigue asfaltada, pero pronto se torna en ripio y el viaje adquiere un cariz más de aventura.


De pronto, en el horizonte aparece el macizo de las Torres, envuelto en nubes y coloreado por la luz del atardecer. Desde el primer momento impresiona, erguido imponente en la interminable llanura patagónica. Es una visión que no olvidaremos.

En un golpe de suerte y al llegar tan tarde al parque (debían ser casi las 23:00 pese a la luz que aún cubría todo) nos ahorramos el precio la entrada, ya que no había nadie en la guardería cuando pasamos por ella.

Tras bordear un lago gigante por fin llegamos al refugio de las Torres, que más que un refugio es un hotel con habitaciones comunes. Las instalaciones son fantásticas y el bar y el restaurante no desmerecen al de cualquier hotel.

Dejamos las cosas en la habitación compartida y cenamos lo que habíamos comprado en Puerto Natales mientras que nos tomábamos una merecida cerveza. Al otro lado del amplio ventanal las últimas luces del largo día doraban las torres, que desde su altivo trono despedían al sol.

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