sábado, 1 de agosto de 2015

Uzbekistan, día 8: La sinagoga y el complejo Shah-i-Zinda


(Ha pasado ya casi un año desde el viaje asi que la entrada será más escueta, ya que noto que me cuesta acordarme con detalle de lo que hicimos en este último día de ruta, día que además fue muy muy largo.)

Nos despertamos con calma y desayunamos en la zona común del hostal, compartiendo mesa con un venezolano de avanzada edad pero de espíritu muy joven. Nos contó que había estado prácticamente en todo el mundo, aprovechando el tiempo que le dejaba libre su profesión de maestro de conservatorio. Especialmente interesado en países musulmanes, nos confesó que había visitado Irak, Afganistan en plena guerra y todo país al que cualquier persona con una prudencia dentro de la normalidad jamás se plantearía ir. No fue difícil saber su posicionamiento respecto al gobierno de su propio país, y tuvo que aguantar alguna impertinencia por parte de unas españolas presentes también en el hostal. Los ciclistas no se posicionaban, riendo simplemente y cogiendo fuerzas para el resto de su ruta hacia China, la cual retomarían ese mismo día.

Ya dispuestos a salir del hostal, el venezolano nos invitó a acompañarle por el casco antiguo de la ciudad, que nosotros habíamos descartado por no considerarlo de interés. Hicimos bien en unirnos a él, pues nos enseñó las callejuelas del antiguo zoco, hoy apenas reconocibles. Sin embargo, quizás por sus explicaciones y recuerdos fuimos cambiando la manera de ver las plazuelas y callejuelas hasta descubrir el típico esquema de una medina musulmana.

Así no dice mucho, pero tras un esfuerzo de evocación, acabas entrando en el escenario
Nuestro guía improvisado parecía estar buscando algo y finalmente tras doblar una esquina lo encontró: la sinagoga de Samarkanda, testigo milenario de una cultura y una religión que se apaga poco a poco en estas tierras de Asia Central. Para nuestra sorpresa estaban celebrando el sabbath y nos invitaron a unirnos a ellos. Así pudimos formar parte de un rito que sigue celebrándose casi sin cambios desde antes de Cristo.
Interior de la sinagoga
Los participantes eran pocos, y con pena nos confesaron que probablemente serían los últimos integrantes de la comunidad judía de la ciudad, que tras milenios de historia va desapareciendo poco a poco a causa de la emigración a Israel. Nos dejaron unas kippas y fuimos testigos mudos de cómo leían la Torah. Al acabar, en el patio de la sinagoga pudimos hablar con algunos de ellos, que orgullosos de su pueblo y sus tradiciones parecían encantados de charlar con nosotros. Fue una experiencia extraordinaria, algo que estoy seguro que poca gente ha podido presenciar.

Al terminar nos separamos de nuestro amigo venezolano, ya que era nuestro último día y aún teníamos cosas que ver en la ciudad. Enfilamos de nuevo la avenida que da acceso de la mezquita de Bibi Khanoum, pasando de largo y cruzando un puente sobre una autovía. Continuamos la ancha calle hasta que a mano derecha nos topamos con la entrada a un cementerio. Decidimos entrar ya que nuestro destino final estaba al final del mismo.

Recorrimos el largo paseo flanqueado por tumbas. Algunas más soviéticas, otras más musulmanas, pero todas con el dibujo o la foto del fallecido en la lápida. Curiosa la tradición uzbeka de enterramiento. 

Nada más atravesar la salida este del cementerio entras al mausoleo Shah-i-Zinda, que para mí es el otro monumento (junto al Registán) que justifica una visita a la ciudad de Samarkanda. En él se puede encontrar la tumba del primo de Mahoma Kusam ibn Abbas, que trajo la religión musulmana a esta zona allá por el siglo VII. Fue degollado por un infiel cuando dirigía la oración y enterrado aquí. Posteriormente y a lo largo de los que van del IX al XIV los más notables de la ciudad (familia de Timur, astrónomos, científicos) se hicieron enterrar junto a la tumba del santón. Con la peculiar decoración de azulejos de color azul aguamarina y pese a la restauración reciente, el pasillo flanqueado por los mausoleos es sin duda el segundo monumento más impresionante de la ciudad.
 

Nota útil al margen: Cuando íbamos a salir del complejo nos dimos cuenta que al entrar por la salida nos habíamos ahorrado pagar la entrada.

Tras volver a salir por donde habíamos entrado, continuamos avenida abajo por una calle bastante poco interesante hasta pasar por delante del museo de Afrosiab, al cual no entramos por falta de tiempo. Más abajo encontramos la tumba del profeta Daniel, que alberga un ataúd tremendamente largo, ya que según la tradición el cuerpo no para de crecer. El edificio está rodeado de unos agradables jardines al lado del río, donde se estaban haciendo fotos unos novios.
Tumba del profeta Daniel, que habría hecho un buen pivot hoy en día.

Nos dimos cuenta de que no nos daba tiempo a ver el observatorio de Ulug-beg, asi que cogimos un taxi de vuelta al hostal para recoger las cosas e ir a la estación, desde donde un magnífico tren de fabricación española nos llevaría a Tashkent.

No hay comentarios:

Publicar un comentario