sábado, 1 de agosto de 2015

Uzbekistan, Día 7: La inmensa "obra" de Shahrisabz

Según lo pactado con el recepcionista del hotel, nuestro conductor pasó a recogernos temprano por la mañana para cubrir el trayecto a la ciudad natal del gran Timur, Shahrisabz. Era (el conductor, no Timur) maestro de escuela, de etnia tayika, y formaba parte de lo que nos dio la impresión de ser una especie de incipiente clase media. Durante el año lectivo enseñaba música, y durante el verano se ganaba un sueldo extra haciendo de conductor a los turistas, aprovechando para practicar su precario inglés y aportando sus conocimientos sobre la zona y la cultura del pais.

No recuerdo su nombre, pero fue un buen conductor, no se la jugó con el coche en ningún momento y fue un buen conversador en lo que duro el trayecto. Nos fue explicando los restos de la antigua ciudad de Afrosiab que se repartían a las afueras del núcleo urbano, ciudad anterior incluso a Alejandro Magno y germen de la posterior y gloriosa Samarkanda. Según salimos de la ciudad, pudimos contemplar la rica huerta que la rodea, con campesinos y mujeres en los arcenes vendiendo uva, tomate y multitud de otros productos recién recolectados. El algodón, omnipresente durante la colonización soviética, parece haber remitido y las cosechas se ajustan ahora más a las necesidades de la población local, y no a los designios y cálculos de burócratas sentados en sus poltronas a miles de kilómetros.

Avanzando a una velocidad prudente y esquivando algún carro tirado por burros asomaron al horizonte las primeras montañas. El paisaje es similar al que las televisiones nos enseñan cuando muestran imágenes de la guerra en Afganistán. Escarpados montes, ocres e inhóspitos, enmarcan el paisaje semi-desértico que nos anuncia la entrada a una tierra dura y hostil. Es ésta la misma carretera que lleva a Termez, ciudad fronteriza con Afganistán. Sorprende como la frontera, si bien no más que una línea imaginaria, separa aquí concepciones radicalmente distintas del islam y por tanto diferentes derechos y valor de la vida humana.

Siendo sinceros, no difiere mucho de la zona de Gredos en Agosto

Comenzando la subida al puerto la carretera serpenteaba por el valle del rio, evitando los riscos y salientes de las montañas y siguiendo el rastro de la vegetación de ribera y el rápido cauce de agua. Los pueblecillos se sucedían a la vera del camino y las majestuosas montañas cerraban el paso dejando únicamente libre el espacio por donde discurría la carretera, ahora de mucha peor calidad. Por fin subimos a la planicie previa al puerto y pudimos contemplar el maravilloso paisaje que dejábamos atrás.

En lo alto del puerto, además de un mirador, había un improvisado mercado de frutos secos atendido por locales. Los hijos de los tenderos revoloteaban alrededor mientras nos incitaban a comprar algo en una mezcla de estrategia de ventas y mendicidad en la cual por supuesto caímos.

En la bajada del puerto, nos encontramos más curvas y un paisaje duro más allá de la orilla del rio, donde un bosquecillo de ribera acompañaba al agua. En ocasiones el bosque se expandía un poco más y áreas de descanso con algún bar o restaurante se aprovechaban de la frescura del lugar.

Tras recorrer otros kilómetros más por la llanura, llegamos por fin a Shahrisabz para descubrir que el centro estaba enteramente levantado por unas obras de remodelación que pretendían hacer de la ciudad un centro turístico importante. Lamentando nuestra mala suerte, nos acercamos esquivando arena, polvo, vallas y prohibiciones varias, bajando taludes, evitando perros guardianes y poniéndonos hasta arriba de polvo y arena hasta que llegamos a una gigantesca estatua del omnipresente conquistador y después a lo que queda del palacio de verano de Timur, que no es más que las ruinas de las puertas de entrada.

 



Sin embargo, sólo con esta muestra pudimos hacernos una idea de las dimensiones del gigantesco palacio, comparable únicamente a mastodónticas construcciones de los inicios de la historia humana. Desafortunadamente es lo único que se puede apreciar. Aprovechando su sombra, estuvimos un rato contemplando las ruinas y proseguimos nuestro camino por la ciudad.


Los únicos otros monumentos dignos de reseñar de la ciudad son un par de mezquitas y madrassahs, absolutamente sepultadas en el polvo de las obras. Una de ellas, al ser viernes, albergaba una multitudinaria oración, quizás la única que llegamos a ver en este atípico país musulmán. Nos permitieron quedarnos a observarla en un patio al aire libre pero al no entender nada a los 5 minutos nos fuimos de allí.

Un tanto decepcionados por la visita nos reunimos de nuevo con nuestro conductor y le comunicamos que la visita había acabado. El jodido bien nos podía haber avisado que la ciudad era un inmenso terreno de obras, pero bueno, es comprensible su silencio ya que igual se habría quedado sin paga extra.

En el camino de vuelta paramos a comer en un merendero a la orilla del río, en la subida al puerto. Comimos un rico pan con salsa de yogur y unos trozos de cordero viejo con buen sabor. Debíamos de ser los únicos extranjeros en para allí en mucho tiempo y la gente, que charlaba y bebía te disfrutando el frescor del lugar, nos miraba y se reía. Otros vinieron a hablar con nosotros pero la comunicación no fue del todo fluida. Nos tomamos una fresca sandia de postre y reemprendimos nuestro camino, ya sin parar hasta Samarkanda.

El resto de la tarde lo dedicamos a pasear tranquilamente por el agradable casco antiguo de la ciudad, acercándonos a ver otro impresionante monumento timurida: la Mezquita Bibi Khanum, a la cual se accede tras un breve paseo desde el Registán. El edificio, hoy en ruinas, fue ordenado por la esposa de Tamerlán, Bibi Khanum, mientras éste estaba de campaña fuera de la ciudad. Pese a que se derrumbo durante un terremoto en el siglo XIX, supone un bello monumento que nos da una idea de lo que debió de ser esta ciudad hace unos cuantos siglos.

Soporte de marmol para un Corán en la mezquita




Ya a última hora nos acercamos de nuevo al mausoleo de Timur, al que esta vez si pudimos entrar. En su interior, además de una exposición acerca de sus conquistas, una bella sala alberga varios ataudes, de entre los cuales destaca el negro del protagonista del mausoleo: el gran Tamerlán.

El ataud negro es el de Tamerlán

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