jueves, 23 de octubre de 2014

Uzbekistan, Día 4: Bukhara, la ciudad santa

A primera hora de la mañana (pero ya con una luz ardiente que invadía la habitación), salimos del horno que hacía las veces de habitación. Comprobamos que el termómetro instalado en la terraza del hostal ya rozaba los cuarenta grados, confirmación de que el día que teníamos por delante iba a ser otra odisea de sol y sudor, gafas de sol y crema protectora. Afortunadamente el desayuno supuso una grata sorpresa, con una especie de porridge uzbeco, fruta, tortitas centroasiáticas y un decente café que hizo que las ganas de insultar al dueño por no instalar un ventilador decente en la habitación se redujeran.

El callejón donde se encontraba el hostal aún mantenía el frescor de la mañana, pero en cuanto salimos a la amplia plaza todo espejismo se disipó, y el instinto de buscar la sombra se adueñó de nuestros movimientos ya para todo el día. Caminamos hacia el Oeste, buscando el parque que se extiende más allá del Ark, o fortaleza del Emir.

Lo primero que nos encontramos fue una amable y semiescondida placita alrededor de un pequeño estanque y en un lado, una madrassah con otro minarete. Como las iglesias románicas en una vetusta ciudad castellana, las madrassahas florecen en Bukhara como las setas después del aguacero.

Reflejo sagrado

En la linde del parque, una mezquita adaptada al calor centroasiático sobresale. Es la de Bolo Khauz, que con su zona de rezo abierta permite observar los decorados del techo e incluso las oraciones de los fieles. En otro estanque anexo, los hombres observaban curiosos a los turistas, mostrando incredulidad ante la sorpresa ajena ante algo rutinario para ellos.

Mezquita de Bolo Khauz
Continuamos hacia el sur, aligerando el paso para evitar que el sol se cerniera sobre nosotros. Ya dentro del parque descubrimos uno de los monumentos más antiguos y originales que veríamos en el pais. Es el mausoleosamánidaa, especie de cubo barroco de la época de los últimos gobernantes persas y que se muestra humilde ante el visitante, descolocado, como sacado del valle del Ganges donde por su estilo pegaría más y trasladado aquí por arte de magia.

Memorial samanida

Antes, un lugar que evoca más de lo que es. El agua siempre ha sido fundamental en estas tierras desérticas, y la naturaleza ya estaba aquí antes que los dioses creados por los hombres. Así, en el lugar de un manantial que saciaba la sed de los primeros pobladores y ante el cual se venía a dar gracias, los conquistadores árabes y los fieles que vivieron después instalaron un santuario, apropiándose de la piedad local hasta hacerla suya y relacionarla con uno de sus profeta. Es el santuario del profeta …., al que los devotos le otorgan el descubrimiento de esta fuente, pese a ser sin duda mucho más antigua que el supuesto descubridor.

Alejándonos aún más del centro llegamos a otra plaza con dos madrassahs enfrentadas. Curiosa esta agrupación de edificios gemelos, como retándose mirándose cara a cara. Sin duda muchos estudiantes debieron vivir aquí para llenar todos estos centros de saber musulmán. La sombra es vital en esta ciudad, y a estas horas aún poblaba parte de la plaza y la aprovechamos para descansar unos minutos antes de volver a la explanada del Ark.

El palacio del Emir siempre ha simbolizado el terror, la represión y la muerte. Fue en este Ark de Bukhara donde los dos diplomáticos-espías-exploradores ingleses del Great Game, Connolly y Stoddard permanecieron encerrados en la última mazmorra del edificio, compartiendo espacio con todo tipo de alimañas y suciedad para por fin salir del agujero únicamente para ser decapitados.

Explanda del Ark

El gran juego de Asia Central, que tuvo lugar durante el siglo XIX, nos muestra la lucha de poder entre el imperio británico y el por entonces expansivo imperio ruso. El miedo inglés a una posible invasión rusa de la India, su posesión más preciada, les impulsó a establecer contacto y alianzas con los gobernantes de las tierras que se interponían entre ellos y el gran oso ruso. En una primera fase las tierras del otro lado del Indo y más tarde, las del otro lado de los pasos Khyber y Bolan, es decir, Afganistán.

Este último país siempre se les resistió a los ingleses, y sufrieron graves derrotas en estas duras tierras plagadas de pasos de montaña inhóspitos y desiertos infranqueables.

A las tierras situadas más allá del Oxus únicamente se adentraron exploradores y espías en solitario, a menudo sabiendo que el respaldo de su majestad sería únicamente nominal, y más aún en caso de ser descubiertos y encarcelados, como les pasó a Conolly y Stoddard. Sin embargo los rusos se internarían de manera mucho más masiva y planificada, hasta derrotar militarmente a las exiguas fuerzas locales y atraerlas definitivamente al regazo de su imperio.

El Ark, aparte de alguna mezquita y un par de museos glorificando la historia uzbeca no reviste demasiado interés, razón de más para regatear la entrada, que fue lo que hicimos. Si no se dispone de mucho tiempo, con ver las murallas exteriores y la portada principal es suficiente para hacerse una idea de lo que suponía este edificio como centro de poder en la ciudad de Bukhara.

A pleno sol ya, huyendo de la luz como vampiros, volvimos nuestro rumbo al centro, hasta alcanzar de nuevo la plaza de Po-i-Kalon, nucleo gravitatorio de la ciudad. Subidos a una terraza enfrente del minarete aliviamos el calor con una cerveza uzbeca mientras que hacíamos fotos y descansábamos tranquilamente.


La mezquita de Kalon es inmensa, con un gigantesco patio interior sin duda diseñado en otras épocas donde la religiosidad de los uzbecos no había sido borrada por años y años de materialismo histórico. Hoy, el ridículo número de fieles se basta con una esquina bajo los soportales para congregarse y rezar a Allah. De la ciudad santa del Islam que otrora fue, a Bukhara hoy solo le queda el nombre, y si no fuera por el inmenso legado en forma de edificios religiosos, nada nos indicaría que siglos atrás miles y miles de estudiantes llegados de todos los rincones del mundo musulmán poblaban sus madrassahs.

Complejo de Po-i- Kalon
Hoy en día, de las pocas madrassahs que sigue funcionando como tal es la que se yergue al otro lado de la plaza. Sin embargo, no es posible la visita, y un serio guardián estaba plantado en la puerta dejándolo bien clarito. En la puerta se indica que poco a poco la actividad religiosa vuelve al edificio y al resto del país, y se enumeran los estudiantes de la madrassah que a día de hoy ocupan puestos prominentes en mezquitas de países vecinos. Pese a casi un siglo de represión oficial (que continúa si bien a otro nivel), la ilusión de otra vida después de esta se aferra a la cultura popular resistiendo casi a cualquier embate.


Comimos en el Minzifa, de nuevo atraidos por el aire acondicionado pero también por la espléndida comida y servicio y después de la siesta decidimos buscar un sitio donde relajarnos y tomar unas cervezas aprovechando que el calor se marchaba a la vez que el sol. El resto de la tarde y la noche transcurrieron calmadamente, como si el frescor que progresivamente le ganaba la partido al calor relajara nuestras ansias de visita y de descubrir nuevas maravillas. Teníamos tiempo de sobra el día siguiente así que decidimos disfrutar de otra manera, sentándonos en las terrazas de la plaza junto a los locales, mientras que mirábamos pasar el tiempo y la gente, relajados charlando entre chiquillos que jugaban y madres que vigilaban.



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