jueves, 28 de noviembre de 2013

Viaje a Japón. Días 12 y 13 (y fin): El Japón Meiji y la ruta cinematográfica

Teóricamente este sería nuestro último día de viaje (luego os contaré porque en realidad no fué así) y teníamos un buen programa de festejos preparado. Ya desde Madrid habíamos comprado entradas para el Sumo, dado que el torneo de Septiembre de Tokyo empezaba justo ese mismo día.

Pero en un primer momento teníamos planeado visitar el Santuario Meiji, y hacia allí nos dirigimos, a la parada de metro de Harajuku, que da acceso al parque Yoyogi y al parque del Santuario.

Nos habían avisado de que los famosos rockabillies que solían frecuentar la entrada del parque Yoyogi habían desaparecido como por arte de magia, pero aún así hicimos un intento ya que era domingo, el día en el que tenían por costumbre citarse. Pero efectivamente han debido de hartarse de ser contemplados como monos de feria y al menos ese día no estaban por allí. Una lástima, en otra visita quizás tengamos más suerte.

Vista aérea del Parque Yoyogi  (fuente: wikipedia)
Salimos de Yoyogi y entramos en el parque anexo, que aloja el santuario Meiji. El templo fue acabado en 1921 pero tras su destrucción en la segunda guerra mundial fue reconstruido de nuevo en 1958. El santuario está dedicado a los espíritus del emperador Meiji y su mujer, figuras clave de quizás la etapa más importante del Japón moderno, la restauración y era Meiji:

A mediados del siglo XIX la situación de Japón era la típica de una sociedad casi medieval, con relaciones feudales y un sistema político dominado por una especie de monarquía absoluta, el shogunato Tokugawa (ver anteriores entradas). Se podría decir que hasta este fecha, la historia japonesa había corrido de manera paralela a la occidental pero con un desfase de unos siglos. Para hacernos una idea, Japón a mediados del siglo XIX estaba como Inglaterra a comienzos del siglo XVI.

Después de los primeros contactos con europeos allá por el siglo XVI (portugueses y españoles fueron de los primeros), los shogunes Tokugawa cerraron el acceso al país para preservarlo de las perniciosas costumbres y modos de vida occidentales. Tan solo permanecía abierto en pequeña escala para ciertos comerciantes chinos u holandeses. Para el resto permanecía completamente aislado.

La revolución industrial de finales del dieciocho había espoleado el capitalismo y el colonialismo de tal modo que Inglaterra y su hermana pequeña los Estados Unidos de América buscaban incansablemente mercados y protectorados donde poder vender sus mercancías y comprar (a bajos precios) o extraer las materias primas que alimentaban sus fábricas. Nada escapaba de su gran tela de araña: África, sudamérica, el sureste asiático, China, Asia Central, todo pasó a formar parte de un gran terreno de juego en el que las piezas ya no eran solo los ejércitos sino también los barcos mercantes, los diplomáticos y las materias primas.

Así pues, con este panorama el cierre total del archipiélago japonés no gustaba nada a las grandes potencias. Los millones de japoneses constituían un mercado tan grande que no podía ser pasado por alto.

Con el fin de solventar este status, la primera y a la postre decisiva acción fue tomada por los Estados Unidos. En Julio de 1853 una flota de 4 navíos al mando del comodoro Perry entraba en la bahía de Tokyo (Edo por aquel entonces). Habiendo olvidado la amenaza extranjera, la defensa del país no estaba ni mucho menos preparada para hacer frente a una moderna escuadra de guerra occidental. Conscientes de su inferioridad militar e impactados por el suceso, los japoneses tuvieron que ceder y en el segundo viaje de Perry en 1854, se firmó un acuerdo para abrir el comercio del archipiélago a potencias extranjeras.

Los "barcos negros", como se conocieron los barcos del Comodoro Perry
El santuario Meiji es elegante, de líneas simples y grandes dimensiones pero mantiene la “sosez” del resto de santuarios Meiji. El parque que lo rodea es más bien un frondoso bosque, con grandiosos árboles que hacen que merezca una visita. Tuvimos la suerte de coincidir además con una boda japonesa, acompañada de todo el ceremonial posible con desfile de invitados incluido y posado de fotos de los novios.

Santuario Meiji (fuente: wikipedia)
Volvimos dando un paseo hacia la estación para callejear por la zona comercial de Harajuku. La calle principal está plagada de tiendas de ropa para jovenes (no en vano es conocida como el Campden Town de Tokyo). Entramos en un todo a 100 yenes donde saciamos nuestras ansias consumistas por muy poco dinero para después desviarnos a izquierda y derecha, donde las tiendas tienen otro toque más especial y exclusivo y se reune la modernidad (con la cuenta y la cartera saneadas, eso si) en torno a cafeterias, centros de arte y tiendas de moda.

El tiempo se nos echaba encima y si queríamos ver al menos un par de horas de sumo debíamos de irnos ya. Cogimos el metro pues hasta la zona del Ryōgoku Kokugikan (que es el estadio de sumo) y del Museo Edo, que nos quedó por ver pero parece ser muy interesante.

Mural exterior del estadio de Sumo
La incorporación de Japón al sistema comercial mundial supuso una auténtica revolución. Muchas fortunas se arruinaron, la inflación creció y el desempleo se incrementó radicalmente. Un gran número de extranjeros se establecieron en el país, principalmente en Nagasaki y Yokohama. Los problemas llegaron pronto y los enfrentamientos entre samurais y extranjeros o colaboracionistas fueron frecuentes.

Una facción de señores feudales (o daimyos) se rebelaron contra el shogun Tokugawa al que acusaban de favorecer al extranjero al negociar con ellos y socavar la dignidad nacional. Se atacaron numerosos intereses extranjeros, comerciantes y los que colaboraban con ellos fueron asesinados. En respuesta, Francia, Estados Unidos y otras potencias bombardearon en ocasiones el país, dejando claro que la reacción anti extranjera no sería posible.

Estos señores feudales junto con sus ejércitos (principalmente los del sudoeste), se concentraron alrededor del emperador y, una vez que las ideas anti-extranjeras de desvanecieron, se centraron en desbancar a los shogunes Tokugawa y encumbrar el emperador para así iniciar una nueva era. Los extranjeros, una vez asegurados sus derechos comerciales, apoyaron al nuevo partido y al emperador.

Así, en una sucesión de guerras y batallas, los shogunes Tokugawa fueron desplazados del poder y en 1868 el nuevo emperador Mutsuhito subió al poder, dando inicio a la era Meiji o “Era de culto a las reglas”. Se desplazó la capital a Edo, que se llamaría Tokyo (capital del este) desde entonces y el emperador pasó a residir en el palacio imperial de la ciudad, abandonando Kyoto tras 8 siglos.

En esta foto no parece muy contento con su nombramiento
Se iniciaron entonces 45 años (1868-1912) en los que el país sufrió una brutal transformación, pasando de ser una sociedad medieval a una potencia industrial que discutía la supremacía en muchos campos a los países occidentales. La revolución Meiji se distingue de las demás revoluciones en que fue de las únicas que fue traida y desarrollada por la misma clase social que ostentaba el poder. Los daimyos o señores feudales fueron conscientes ante el desembarco extranjero de que debían evolucionar y cambiar para poder mantener su hegemonía.

Se abolieron las servidumbres campesinas, pero no lo tomemos como amor por el progreso e interés por mejorar las condiciones de vida del pueblo, sino como medio para aumentar la mano de obra de la floreciente pero recién nacida industria nacional. Todos los ciudadanos pasaron a ser iguales ante la ley y los señores feudales pasaron a ser los gobernadores de las respectivas provincias.Asíi, el trasvase de poder fue más bien relativo. Los daimyos pasaron a tener que residir en la corte, los derechos feudales se transformaron en un sistema moderno de derechos, los samurais pasaron a conformar el ejército nacional y se creó un sistema de grandes propiedades agrarias, por las que se pagaba un impuesto por hectárea y no por cosecha, fomentando así la productividad.

Imagen general del estadio
Si podeis no dejeis de asistir a un torneo de sumo, la experiencia es muy interesante. La entrada es válida para todo el día y te permite entrar y salir un número limitado de veces. Los combates más interesantes se producen a partir de las cuatro, y según entendimos con el folletos explicativo que nos dieron a la entrada, los 24 mejores luchadores se van enfrentando todos con todos durante el tiempo que dura el torneo, cada día un combate. Pese a comprar la entrada más barata se puede apreciar bien el espectáculo y la hermosura de los combatientes. También es posible comer y beber dentro. No nos pareció en absoluto un espectáculo para turistas, ya que estaba lleno de japoneses de todas las edades que se emocionan, chillan y animan como si de un partido de fútbol se tratara. Además el ceremonial que acompaña a cada combate permite asomarnos un poco a épocas anteriores de la historia del país.


Bien hermosos están
El emperador y sus consejeros durante el principio de la era Meiji tuvieron claro que si se quería evitar acabar como una colonia de las potencias occidentales, tal y como ocurría en otros países asiáticos cercanos como China o los del sureste asiático, era necesario en primer lugar crear y desarrollar la industria nacional, y en segundo asegurar el suministro de materias primas debido a la absoluta falta de las mismas en Japón.

Para lo primero, el emperador se puso a la cabeza del fomento industrial, subsidiando, encargando o entregando monopolios a los daimyos más importantes que le habían apoyado en la guerra. Se creó así una especie de burguesía industrial alrededor del emperador y unas grandes corporaciones llamadas “zaibatsu”, germen de algunas de las empresas más internacionales a dia de hoy en Japón. La industria creció de manera espectacular gracias en parte a la presencia de gran número de técnicos y expertos extranjeros en el país especializados en campos como la enseñanza del inglés, las ciencias, ingeniería, la milicia y la navegación y a las estancias en los países industrializados para formarse de numerosos jóvenes japoneses.

Para solventar el problemilla de las materias primas, Japón diseñó un plan expansionista en los países más cercanos: Corea y China. Básicamente lo que llevaban haciendo ya siglos las potencias occidentales: invadir o firmar pactos en clara desigualdad para así saquear la superficie y el subsuelo de países más atrasados.

En un primer momento tras aclarar la política interna del país, se embarcaron en la primera guerra chino-japonesa, motivada por asentar la influencia japonesa en la península coreana, que en ese momento se consideró amenazada por China. Tras la completa victoria, Corea se convirtió en un protectorado japonés y se consiguieron algunas bases en el continente, así como la isla de Taiwan.

A continuación entraron en conflicto con el todopoderoso imperio ruso, expandido en aquellos tiempos hasta el extremo oriente hasta el norte del río Amur. Japón consiguió una victoria total y sorprendente, y supuso un auténtico shock para occidente, ya que era la primera vez que un país extraeuropeo obtenía una victoria militar sobre uno europeo. Japón asentó aún más su influencia en el extremo oriente, principalmente en Manchuria y en Port Arthur, con lo que se aseguraba el carbón y el hierro de esta parte de Asia. Pese a que Manchuria se restituiría a China, Japón la invadiría de nuevo poco después.

El emperador Meiji con su traje nuevo comprado en Primark
En el plano religioso, el emperador Meiji se afanó por hacer del sintoísmo la religión del estado. Hasta entonces no había sido percibido como tal por el pueblo japonés, pero tras esta era se convirtió en un símbolo identificador del Japón y se separó completamente del budismo y otras influencias extranjeras. Los santuarios shinto se oficializaron y se integraron en una red jerárquica y se prohibió la coexistencia de budismo y sintoísmo en el mismo lugar de culto.

Como conclusión, fueron 50 años de absoluta transformación, en la que, utilizando el orgullo y la ética de trabajo japonesa, se consiguió pasar de una sociedad medieval y atrasada a una potencia industrial y avanzada que pasaría a formar parte del grupo de países que jugarían un papel preponderante durante el siglo XX.

A la salida seguimos a la masa que abandonaba el estadio y nos metimos de nuevo al metro, ya que queríamos pasar por casa antes de ir a cenar a un sitio muy especial.

El restaurante Gonpachi se encuentra en el barrio de Roppongi, en la zona más guiri de Tokyo. Es especial porque en él se rodó la escena de la pelea multitudinaria en Kill Bill 1. Uma Thurman contra un ejército de japoneses que quieren matarla. El restaurante está bien, la cocina no es impresionante pero merece la pena ir a cenar ya que no es muy caro (pero si bastante guiri, aviso).

Al acabar, y para redondear la velada cinéfila, fuimos a Shinjuku al hotel Park Hyatt y subimos a la última planta, donde nos tomamos una copa en el bar en el que fueron rodadas muchas escenas de Lost In Translation. Si vais a ir o habeis vuelto de Japón la peli puede verse, pero si no no creo que merezca la pena, me pareció una película del montón.

Nota de final de viaje:

Nuestro avión despegaba el día siguiente a las 13:00. Sin embargo, un tifón golpearía la isla esa misma mañana y cancelaría numerosos vuelos (entre ellos el de nuestra compañera de viaje Pia…). Afortunadamente, Air China logró cambiarnos el vuelo a las 19:00, cuando el tifón ya se había calmado.

La mañana del día siguiente la pasamos mirando por la ventana nuestro primer tifón, que no fue muy intenso y se quedó simplemente en una fuerte tormenta. De hecho nos atrevimos a volver a dar una vuelta a Akihabara para hacer las últimas compras y comer nuestro último plato de sushi.


A las 19:00 abandonábamos Japón y 3 horas más tarde desde Beijing el continente asiático.

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