martes, 5 de noviembre de 2013

Viaje a Japón. Dia 8: Nikko y el día tonto


Todos los viajes tienen un día tonto. Un día en el que no te apetece hacer turismo y todo lo que ves te parece una gran mierda. O quizás que todo lo que ves te parece una mierda y por ello no te apetece seguir haciendo turismo. El caso es que nosotros lo tuvimos en Nikko. Sin embargo estoy seguro al 100% de que para otros viajeros (nuestra opinión no coincide con la de otros amigos que han estado) Nikko será de lo mejor del viaje, por tanto no quiero influenciar a nadie que esté preparando su visita a Japón. Esta opinión es subjetiva al 100% y absolutamente determinada por el ritmo y planificación del viaje.

En nuestro caso veníamos de dos días de excursiones (Miyajima y Nara) y cuatro o incluso cinco de templos. Seguramente lo mejor habría sido dejar un día de paréntesis antes de otra excursión con templos (y así nos lo pedía el cuerpo), pero nuestro rail pass caducaba ese mismo día y a partir de entonces habríamos de pagar por los trayectos en tren. Dado que para ir a Nikko hay que enlazar dos trenes y uno de ellos “bala”, la mejor y casi única opción era la de dedicar este último día a Nikko, pese a la saturación acumulada.

Sin madrugar demasiado cogimos el metro hasta la estación central de Tokyo donde, con su característica puntualidad, salió el tren bala hasta Utsunomiya, donde hicimos transbordo en un tren regional hasta Nikko.
 
Mapa de localización de Nikko (arriba)
Nikko está metida en las montañas, y en Japón esto supone estar permanentemente envuelto en niebla y mojado por constantes lloviznas. Los monumentos de Nikko no suponen su única atracción, sino que los alrededores bien merecen una visita, ya que son un Parque nacional cubierto por un espeso bosque y salpicado de lagos, cascadas y ríos. Se recomienda dedicar dos días a Nikko, pero con uno aprovechado al máximo (que no fue nuestro caso) es más que suficiente.

Llegamos a Nikko y comenzamos a caminar en dirección al puente de Shinkyo bajo un leve chirimiri que llegaba a ser incluso agradable. El paseo por la población en sí no tiene nada de interesante y se puede coger un autobús desde la estación. La vida resurge según uno se va acercando al puente, construido en torno al 1630 para dar acceso al templo principal.
 
Puente Shinkyo sobre el río Daiya
La historia de Nikko comienza en torno a mediados del siglo VIII, cuando un monje budista de nombre Shodo Shonin llegó a Nikko de una manera de lo más verosimil: cruzando el río Daiya a lomo de dos serpientes enviadas por el dios Jinjaou, las cuales se transformaron en el puente. Se debieron cansar (las serpientes) allá por el año 1902 ya que el puente se cayó a causa de una inundación. El actual es una reconstrucción, y nadie nos dijo nada de que se usaran serpientes petrificadas (o mejor maderizadas) para el nuevo puente. Supongo que a los ecologistas no les haría mucha gracia.

A la vera del templo fundado por el monje, el Shihonryu-ji llamado hoy Rinno-ji tras un cambio de secta budista (se ve que pagaban más) fueron creciendo el resto de edificios y santuarios de Nikko y la población anexa a ellos.
 
Detalle de una fuente de Nikko
Continuamos el paseo colina arriba en dirección a la atracción principal, el Toshogu, que es uno de los templos sintoistas más venerados de Japón por contener los restos de Tokugawa Ieyasu. Y ahora os preguntareis, ¿quién fue este pollo para tener un santuario tan importante y venerado? Y allá voy yo a contároslo.

Q: ¿Quén fué el tal Tokugawa Ieyasu?
A: El señor Ieyasu fue el fundador del shogunato Tokugawa.
Q: Ah, pues muy bien, ¿y que es eso de un shogunato?
A: El shogunato fue la organización política de Japón desde mediados del siglo XIV. Hubo tres shogunatos, el shogunato Kamakura (1192-1333) el shogunato Ashikaga (1336 - 1573) y el último de ellos y que ahora nos concierne, el shogunato Tokugawa (1603-1867). Eran una especie de dictadura militar donde el poder supremo lo ostentaba el shogun, general en jefe. 
Q: ¿Y el emperador que leñe hacía entonces?
A: El poder nominal seguía en el emperador, residente en Kyoto, pero era el shogun el que controlaba el país, en este caso desde Edo, actual Tokyo. Algo parecido a lo que ocurre ahora con las monarquías occidentales, el emperador se dedicaba a cazar osos borrachos y elefantes y a tirarse plebeyas era poco más que un símbolo del estado.
Q: ¿Y hasta cuándo duraron los shogunatos estos?
A: El último shogunato cayó tras fuertes presiones en 1868 (restauración Meiji), y dio el poder (no solo nominal) al emperador, que a partir de entonces controló todo.
Q: ¿Tienes algo más que contarme sobre el periodo este para que pueda luego tirarme el moco cuando enseñe las fotos de mi viaje a Japón?
A: Te debería decir que mirases la wikipedia, que lo sabe todo, pero te adelanto que el período del shogunato tokugawa se caracterizó por el aislamiento exterior, intentando eliminar todas las influencias exteriores, incluido por supuesto el cristianismo. También proporcionó una estabilidad y una paz que fueron muy bien recibidas, ya que venían de una época de guerras y desorden global y por ello el grato recuerdo y el respeto con el que se verera a los Tokugawa.
Q: Muy bien gracias, ya he llenado mi cabeza de datos absurdos que olvidaré en el siguiente párrafo.
A: De nada, a mandar.
 
Pagoda del Toshogu
El mausoleo se construyó del año 1634 al 1636, y fue su nieto quien orderó la construcción para el descanso eterno de su abuelo. Durante estos dos años más de quince mil artesanos y carpinteros de todo el país trabajaron en la construcción del mausoleo. Es por tanto un santuario sintoista, pero conserva algunos elementos anteriores budistas, como la pagoda de cinco pisos, el depósito de sutras y la puerta de acceso o Niomon. El templo es una sucesión de tres patios a los que se accede por puertas, que son sin duda lo más espectacular del conjunto, en especial la segunda, la Yomeimon, peeeero lamentablemente estaba en obras y no la pudimos ver.


Otros highlights del conjunto son los tres monos (Mizaru, Kikazaru, Iwazaru) que ni ven, ni oyen ni dicen el Mal, un gato representado en un mural de madera a la entrada de un edificio y un dragón gigante pintado en el techo de otro. Sé que puesto así no parece muy atractivo, pero es que no nos lo pareció en absoluto. No está mal, pero no es la maravilla que nos pintó todo el mundo. Quizás con la puerta Yomeimon a la vista habría cambiado la impresión. Para más INRI la tumba del shogun está situada aparte y es necesario pagar otro ticket, asi que hicimos caso a la guía que decía que no era en absoluto imprescindible y pasamos de mostrarle nuestros respetos al shogun Tokugawa (no offense, Ieyasu). Eso si, fuimos asaltados en repetidas ocasiones por colegiales nipones con gorrita blanca que nos hicieron una encuesta para practicar su nivel de inglés. Los crios eran majisimos y nos regalaban una pajarita o un rombo de papiroflexia, pero a la tercera encuesta decidimos que habíamos olvidado todo el inglés que sabíamos y nos escabullimos como buenamente pudimos.
 
Establos del templo
Salimos del mausoleo y una gran disyuntiva nos asaltó: ¿seguíamos viendo templos sintoistas en la zona o pasábamos a otro tercio y nos acercábamos al parque nacional? Por absoluta unanimidad ganó la segunda opción, ya que la posibilidad de ver otro templo sintoista más hizo que alguno de los integrantes del grupo amenazara con lanzarse de cabeza al río desde el muy sagrado puente serpentil.

Desde la misma carretera principal cogimos un autocar que nos llevó tras un laaargo trayecto de casi 50 minutos por una preciosa carretera llena de curvas a través de un espeso bosque que cubría todo lo que la vista alcanzaba. Es impresionante lo verde y arbolado que está el país en todo lo que las ciudades no cubren. Una impresionante masa arbórea cubre todas estas montañas de Nikko. Una ruta a pie por estos lares debe de ser impresionante.

La altitud a la que nos dejó el autobús nos despertó el hambre, y en el pueblecillo de arriba encontramos (de nuevo) un sitio de ramen donde comimos y bebimos entre japos. Desde allí dimos un breve paseo hasta las cataratas Kegon, que con 97 metros de caída es una de las más espectaculares de Japón. La visita es gratuita si se quiere ver desde arriba, pero si se pretende bajar hay que pagar una entrada para utilizar el ascensor. El sitio es muy bonito (y húmedo) y tiene la dudosa fama de ser que un lugar habitual de suicidas juveniles (los actuales emos) desde principios del siglo XIX.
 
Sin duda un sitio precioso para terminar con tu vida
Volvimos a subir de nuevo, y en dirección opuesta a las cataratas dimos un tranquilo paseo (con cafe con leche incluido) hasta el lago Chuzenji, del que desaguan las cataratas. Es un gran lago, tranquilo y con una vista bucólica, pero está demasiado urbanizado para mi gusto, ya que es un lugar de vacaciones habitual de los japoneses.
 
Lago Chuzenji
Cogimos el bus de vuelta y paramos directamente en la estación de tren de Nikko, que parece ser que es la más antigua de Japón y diseñada por el afamado arquitecto Frank Lloyd Wright.

El tren nos depositó de vuelta en Tokyo ya entrada la noche. Nos reencontramos con nuestra anfitriona que nos llevó ( ¡¡por fin!!) a un sitio de sushi donde nos pusimos hasta las patas por un precio moderado. ¡Hay que ver qué complicado es (o al menos nos resultó a nosotros) encontrar restaurantes de sushi fuera de Tokyo!

NST (al final del día): 10/10 Alta probabilidad de ictus en caso de entrar a otro templo

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