jueves, 10 de octubre de 2013

Viaje a Japón. Días 0 y 1: Atravesando el mundo y calor, humedad e incluso fuego

Cruzar Europa entera, Rusia al completo y la mitad de China en avión no es agradable, dejemoslo claro. Incluso para dos personas bastante tranquilas y que pueden permanecer sentados leyendo, escribiendo o viendo una peli, 11 horas metidas en un avión con un espacio limitado para estirar las piernas o tumbarte se convierte en algo menos que una tortura. Si de verdad no se tiene la perspectiva de un viaje a continuación, ahora entiendo la fobia de mucha gente a los viajes.

Poco más contaré del vuelo, un avion correcto, con una pantalla personal con peliculas, series y música, un libro entretenido, una guía de japón y una libreta con un boli. Entremezclad estos ultimos 4 elementos con un par de comidas, algún rato de sueño (poco) y una troupe de azafatas chinas con poca tendencia a sonreir y os haréis una idea de esas 11 horas.

Llegamos al aeropuerto de Beijing con un desajuste horario ya importante, ya que mientras que allí el día empezaba, para nuestros relojes biológicos eran las doce de la noche. Así que consumimos las 4 horas de escala tirados en unos bancos de la terminal y cogimos nuestro segundo vuelo de Air China sin más retrasos. En este vuelo si que conseguimos dormir las casi 4 horas que separan las capitales china y nipona así que aterrizamos en Tokyo a las 14:00 del 4 de Septiembre.

Y la cosa no pudo empezar peor: cuando pasé el control de inmigración, me encontré a E charlando con una trabajadora del aeropuerto, ante lo cual mi primer pensamiento fue para su asombrosa capacidad de hacer amigos. Sin embargo, al acercarme noté que su cara no era precisamente de simpatía sino de tremendo enfado y decepciión. Y es que sí, le habían perdido la maleta, o al menos no había llegado a esta última etapa. 
Podría parecer que la imagen que he dado hasta ahora de la perfección y la minuciosidad de los japoneses se derrumba por esta primera anécdota, pero en mi opinión no es ni mucho menos así. En primer lugar porque la maleta la perdieron en Beijing y una compañía china, no japonesa y en segundo lugar porque en vez de esperar a que, tras 20 minutos mirando a la cinta transportadora tú sólo te des cuenta de que tu maleta no va a llegar, allí el personal de la JAL (Japan Airlines) nos estaba esperando desde antes de aterrizar con un cartelito con nuestro nombre, para comunicarnos que su maleta se había quedado en Beijing. Todo ello por supuesto, y pese a su escaso dominio del inglés, con una sonrisa en la cara y modales perfectos, en todas y cada una de las trabajadoras que vinieron a intentar ayudar, que creo que fueron al menos 4.

Tras estudiar detenidamente la situación, resolvimos que la mejor solución era que mandaran directamente la maleta al hotel de Kyoto un día después.

Intentando olvidar este primer incidente y confiando aún sin mucha seguridad en que todo iba a salir bien, nos dirigimos al tren que nos llevaría al centro, donde pudimos seguir disfrutando de la disposición a ayudar de cualquier japonés y de su milagrosa e incluso sospechosa facilidad para quedarse dormidos, especialmente en el transporte público. En unos 40 minutos llegamos por fin a Tameike Sanno, donde Cristobal y Pía habían quedado en venir a buscarnos.

Ésta fué la primera vez que salimos al exterior, y todos los presagios y advertencias de pronto se hicieron realidad. Aún de noche como ya era, el calor y la humedad eran terribles e incluso quedándonos quietos al menos yo sudaba y sudaba. La perspectiva de pasar 15 días así no era nada halagüeña, pero confiando en un cambio de tiempo nos dejamos refrescar por el aire acondicionado del apartamento de María, oasis de frescor en medio del agobiante clima de Tokyo.

Descansamos, compartimos experiencias del viaje con Pia, que también había llegado ese mismo día y Cristobal nos puso minimamente al tanto de su vida japonesa y decidimos acercarnos a la estación central para cambiar nuestros JRPasses y reservar el trayecto del día siguiente a Takayama. Conocimos el metro tokyota en hora punta y la experiencia nos deleitó tanto que decidimos no volver a disfrutarla en la medida de los posible.

Estación de Tokyo (no, no es gran cosa)
Con los billetes ya en los zurrones salimos a la calle para hacernos unas fotos con la estación y los rascacielos iluminados y nos fuimos de nuevo hacia casa para recibir a María, que estaba aún en la oficina. Cuando llegó y tras los afectuosos recibimientos y saludos, nos llevaron a cenar a un restaurante muy especial, en el que hacían el pescado directamente introduciéndolo en una llamarada de fuego para así darle una mínima cocción por dentro y un sabroso toque a brasa por fuera. Comimos un atún impresionante y de unos trozos de carne de caballo y de caballa. Muy satisfechos con nuestra primera cena japa nos dimos una vuelta por el barrio de Asakusa, con sus neones brillando en la noche y alguna que otra casa de citas.

El chef japo y su fuego

Restaurante de pez Fugu en Asakusa
Cansados por nuestros viajes desde Europa, y deseosos de darnos una buena ducha nos recluimos en el apartamento y tras un rato de charleta caímos profundamente dormidos.

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