domingo, 29 de septiembre de 2013

Transrrauláica 2013 Día 5 De Tavascán al Pla d'Arcalís

Nos levantamos y tomamos otro magnífico desayuno (que placer esto de dormir en hostales-hoteles de vez en cuando…), hicimos la mochila ooootra vez y enfilamos por el pueblo buscando las marcas rojas y blancas, ya nuestras amigas. Sabíamos que el camino subía y volvía casi sobre los pasos del día anterior para enfilar hacia Boldis Sobira pero no nos esperabamos la subida que nos encontramos desde el primer paso que dimos para salir del pueblo. Para arriba sin ningún tipo de reparo, entre raices y charcos de barro.

El bosque era bonito, pero no dejaba que la brisa corriera y en poco tiempo volvimos al “modo fuente”. Como ya he comentado el camino recorría el valle en dirección opuesta a la de ayer pero a media ladera y subiendo hasta llegar a los pueblos que se veían ayer: Boldis Jussá y Boldis Sóbira, es decir, Villaabajo y VillaArriba en catalá.

Boldis Sóbira (arriba) y Boldis Jussá (abajo)

Tras una horita que se hizo bastante dura por la pendiente y el estar aún fríos, el camino dejó de ascender y abandonó el bosque, discurriendo a media altura con vistas al valle. Tras un par de giros para atravesar valles secundarios, llegamos a Boldis Sobira, precioso pueblo pirenaico muy bien cuidado, con flores en los balcones y arquitectura homogénea. Hicimos una pausa para recuperar los maltrechos pies y cargamos agua en la fuente del pueblo mientras vigilabamos a un perro que no parecía tolerar muy bien a los foráneos.

Proseguimos la subida, que se antojaba dura, pero según íbamos avanzando la pista por la que caminábamos seguía su suave pendiente y su agradable sombra. Sorprendidos de esto y charlando animosamente, nos veíamos ya arriba del puerto. Sin embargo, los mapas y los perfiles no mienten y si dice que el tramo es duro, tarde o temprano acabará siéndolo.

Cuando ya creíamos que todo estaba cerca del final, la pista acabó y la subida pasó a discurrir por una senda con mucha más pendiente, en la que a regañadientes nos pegamos por enésima vez con la intrincada geografía pirenaica.

Nos cruzamos con otro caminante y su perro, ansiosos por encontrar agua y un poco más arriba ya llegamos por fin al puerto, con un corral para ovejas y unas señales intranquilizadoras sobre la presencia de perros pastores. Así que sin mucha más dilación empezamos la bajada hasta la Vall Ferrera, último valle lleidata antes de entrar en el Principado de Andorra. Todos estos valles, enmarcados en el parque natural de l'Alt Pirineu son menos espectaculares que los de Aigues Tortes o la parte oscense desde Canfranc, pero gozan de una soledad que compensa ampliamente su falta de desniveles o paisajes rocosos.

La Vall Ferrera

Caminando tranquilamente, sabedores de que este iba a ser el último puerto completo del día, nos acercabamos paso a paso al último pueblo catalán antes de Andorra: Áreu. El sol apretaba ya en lo alto, y decidimos que el plan sería comer algo en el pueblo, comprar algo de cena para la noche e intentar avanzar los máximo posible por el valle antes de plantar la tienda y pasar la noche.

La primera parte la conseguimos, comiendo unos bocatas de bacon y refrescando el gaznate con unas cervezuelas en una terraza de un bar, pero la compra no pudo ser, ya que la única tienda no abría hasta las 17:00 y la dueña se negó a vendernos las cuatro cosas que necesitabamos. Áreu es un pueblo pequeño pero muy  turístico, con un par de hoteles y un camping enorme con piscina, y como todos los pueblos de esta zona está muy cuidado.

Fue duro volver al camino, con la solana pegando desde lo más alto y las piernas ya cansadas. La ruta sigue una pista por la que está permitido el tráfico rodado y por la que de hecho bajaban bastantes coches, ya que hay una zona recreativa valle arriba. El camino era cómodo y la pendiente suave, cuando se nos ocurrió abandonarlo y tomar una trocha por el bosque que era por donde giraba el GR-11.

Resultó ser un tremendo error, porque la senda estaba embarrada en todo su recorrido y enjambres de mosquitos se relamían a nuestro paso. Cagándonos en la madre del desvío e intentando matar la mayor parte de los bichos alados, continuamos el camino intentando no perdernos entre arroyos, árboles caídos y barrizales.

En una de estas pausas para vigilar por donde debíamos ir, Coleman se dió cuenta de que había perdido el movil y se dispuso a volver a buscarlo. Afortunadamente pudo encontrarlo y en el tiempo transcurrido únicamente me picaron diez millones de mosquitos y vete tu a saber que bichos, así que el problema fue menor.

La cascada de la Vall Ferrera

Empezamos a cruzarnos con gente que volvía al pueblo y que amablemente nos indicaron el mejor sitio para dormir y nos dieron agua. El sendero ascendía a media ladera, mostrándonos la belleza de este valle que es la principal vía de acceso a la Pica d’Estats, cima más alta de Catalunya y tres mil más oriental del pirineo (de esto no estoy muy seguro). Un bosque tupido y cascadas que se desploman desde las alturas nos acompañaban en este tramo, en el que estabamos pletóricos de fuerzas ahora que la tarde avanzaba y la temperatura y la luz eran perfectas. Al final llegamos al parking donde acababa la pista y tomamos el camino del Pla de Boet, abandonando la ruta que enfila hacia el refugio de Vallferrera.

El Pla es precioso, amplio y con vistas a un circo que lo cierra por el norte, pero estaba lleno de ganado y, aunque la luz empezaba a despedirse, decidimos seguir más adelante, y asi acortar aún más la etapa del día siguiente.

Pla de Boet

Subiendo al Pla de Arcalís nos cruzamos con una pareja de Olot, que nos dijeron que habían perdido unas gafas en algún momento y que nos agradecerían que las cogiesemos. El CARA es su vertiente más altruista así lo hizo.

Por fin llegamos al Pla de Arcalís, únicamente para descubrir que las vacas habían sido sustituidas por caballos y que los cabrones iban de un lado a otro con sus cascabeles puestos haciendo un ruidazo de la leche. Pero no podíamos buscar otro sitio porque la noche se nos echaba encima, así que escogimos el sitio más adecuado y plantamos la tienda, que al primer intento de montarla se jodio y tuvimos que dormir en una especie de amasijo de hierros y tela.
Nuestro hotel de mil estrellas...(matadme por favor)

Cenamos un poco de jamón y queso sin pan, algo de dulce y unas gominolas y nos metimos en la tienda con las últimas luces del día. Los caballos campaban a sus anchas a nuestro alrededor jodiendo la marrana con los cascabeles y cada poco tiempo teníamos que sacar el frontal y enfocarles para espantarles y alejarles un poco. Esa noche aprendimos que los caballos no duermen los hijosdeputa, o al menos no duermen de noche.

No fue una noche plácida, pero ya se sabe, en el monte no se duerme, se pasa la noche. (cero sesentaaaa).

No hay comentarios:

Publicar un comentario