sábado, 28 de septiembre de 2013

Transrrauláica 2013 Día 4 De La Guingueta d'Aneu a Tavascán

Dormimos como Dios manda en una cama cómoda y nos levantamos para meternos entre pecho y espalda un desayunaco con la previsión de coger el autobús que nos bajaba a La Guingueta de las 07:37. Sin embargo, la comilona se alargó demasiado y el autobús se nos escapó en nuestra misma jeta.

La lluvia del día anterior había desaparecido momentáneamente, pero las nieblas aún se posaban en el fondo del valle y en el cielo y nubes altas y grises no presagiaban un día de playa ni mucho menos. Nos hicimos a la idea de caminar los 4 kilometros extra hasta La Guingueta pero cada vez que pasaba un coche (pocos a esa hora) poníamos el dedo sin mucho convencimiento por si sonaba la flauta. Y sonó, y muy rápido. Un chico con una furgo nos paró y nos llevó hasta La Guingueta, lo cual nos situó en el punto de partida de la jornada muy prontito y por el módico precio de 0 centimos.

Ya allí cruzamos el río en un ambiente de absoluta humedad y comenzamos a ascender por una pista/carretera, con los ojos bien abiertos ya que nos habían avisado que las señales no eran claras en este primer tramo. La senda se separa de la pista tras un rato y empieza a subir sin ningún tipo de tregua. Empezamos en modo fuente ya que la conjunción de la humedad y la pendiente no es buena amiga.

La subida a Dorve

Mirando al suelo y jurando en arameo avanzamos a buen ritmo hasta llegar a un crucero en lo alto de una loma, desde donde se divisaba un panorama espléndido del valle, con las brumas en las zonas bajas y las cimas de Aigues Tortes al fondo. Comenzaban un par de días de media montaña, abandonando las cimas, llacs y pedreras para dar paso a los bosques, de los cuales el pirineo de Lleida tiene grandes ejemplares. Desde el crucero, tras unos 25 minutos más arribábamos a Dorve, un pueblo típico de casas de pizarra y con una población cercana a cero. Una lástima ésta de los pueblos abandonados que parece que también afecta a Catalunya (en la zona del prepirineo aragonés es una auténtica epidemia) pero también hay que ver donde fueron a meter el pueblo para entender que la vida aquí no tiene demasiado sentido con las comunicaciones actuales.

Hicimos una parada para rellenar agua y nos entró una pequeña crisis de motivación al ver que solo habíamos ascendido un tercio del puerto, cuando ya estábamos cansados, sobretodo de sudar . Sin dar tiempo a que nos invadiera la desesperación volvimos a echar hacia arriba sorteando barrizales, que con las lluvias caídas ayer parecían más bien arenas movedizas.

Salimos otra vez a media ladera cuando las marcas del GR-11 empezaron a escasear. Escarmentados por la perdida del día anterior en el port de Ratera, no avanzábamos ni 10 metros sin antes encontrar la siguiente marca y aún asi las salidas del camino eran constantes y tuvimos que cruzar varias veces monte a través para volver a la senda marcada. Pero llegó un momento en el que las marcas no aparecían por ningún sitio. Senda había, pero ya habíamos aprendido el día anterior que era mejor no fiarse. Dejamos las mochilas en un punto y fuimos cada uno por un lado a explorar. Realmente no había ni una puta marca en una buena distancia hasta que al cabo de un rato creí ver una mancha semiborrada de color rojo. La seguimos porque no teníamos nada mejor y solo al cabo de casi 10 minutos empezaron a aparecer de nuevo las marcas del GR. Señores encargados del GR en esta parte: hagan algo.

Proseguimos subiendo a media ladera, algo más animados y descansados ya que había menos humedad y la parada para encontrar la senda había servido de descanso. Llegamos a una especie de collado donde la senda se internaba en un bosque impresionante, de espesísimo abeto, oscuro y fresquito. Por allí caminamos cerca de 40 minutos, maravillados por los viejos y enormes abetos que apenas dejaban pasar la luz solar. La lluvia nos respetaba hasta el momento y la temperatura era muy adecuada para la marcha. Poco a poco vislumbrábamos el fin del bosque y llegamos a un punto que creímos que sería el final de la subida. Sin embargo, aún quedaba subir por la cuerda un rato más hasta que alcanzamos el collado de Lo Caubo, donde una maravillosa vista de las cimas medias del parque natural del Alt Pirineu nos esperaba.

Panoramica del Alt Pirineu

Paradita para bajar de peso un poco y para abajo sin más dilación. El tiempo era bueno, el azul del cielo nos daba animos para seguir y no parabamos de recordar que estaba previsto que el día de hoy fuese lluvioso y que por ahora estabamos gozando de un tiempo, sino soleado si aceptable al menos. Una nota al margen: esta ha sido la primera vez que soy consciente de que bajar pueden cansar tanto como subir. No se si las bajadas eran más pronunciadas o yo estoy más cascado, pero los cuadriceps y las rodillas han sufrido de lo lindo este año.

Asi, tras una hora y pico de bajada, un desvio inutil a una borda inexistente, festival de barro hasta los tobillos, subluxación de hombro y mosquitos varios de por medio, las casas de Estaón aparecieron de súbito bajo nuestros pies. Llevabamos siguiendo desde hace un rato a una chica que caminaba a buen ritmo y al llegar a la plaza del pueblo (muy bien cuidado, como todos los del pirineo catalá) se sentó a una prudencial distancia de nosotros a beber y comer algo.

Comimos lo que teníamos mientras que descansabamos a la sombra, bebiamos agua y masajeabamos los pies, y es que aún nos quedaba la segunda mitad de la etapa, en la que tendríamos que salvar otro interesante desnivel.

Nos pusimos en marcha, guiados por los amables lugareños y su nulo castellano, para coger una senda a la vera del rio, muy agradable y con un leve desnivel. Llevabamos un ritmo bueno, animados por el descanso, la confortable senda y el buen tiempo. Charlando animadamente llegamos a un pueblo o conjunto de bordas abandonadas, en el que el negro de la pizarra que formaba las casas imprimía un toque de misterio u oscuridad al conjunto. Proseguimos la senda hasta llegar a un desvio en el que una senda salía del camino principal.

El pueblo abandonado saliendo de Estaón. Daba yuyu, doy fe
Ahí se acabó la amable pendiente y comenzó de verdad el ascenso al segundo puerto del día, que coronaba el cordal montañoso que separa la Vall d’Estaon y el Valle de Cardós, donde se sitúa Tavascán, final de la etapa de hoy. Aplicamos la estrategía de “every man for himself” y cada uno cogió el ritmo que mejor le pareció, para sufrir en soledad en cada curva de herradura y soñar con el ansiado final del puerto que nunca se acercaba. Inmersos en un ambiente absolutamente primaveral, rodeados de flores, bichos a mansalva e incluso algun ciervo/corzo/bicho marron con cuernos que salta por fin coronamos el puerto, donde nos esperaba nuestra amiga caminante. No pude resistirme y la chica resultó ser inglesa (del norte por su infernal acento) y estaba haciendo el GR-11 andando mientras que su novio hacia el equivalente en MTB. Iba a toda hostia la jodia, con lo que paso a ser denominada Lady Rock (en homenaje al auténtico The Rock).

Y ale, tras la animada charla practicando el ingles, otra subluxación de hombro (a la tercera va la vencida) para abajo que nos tiramos. Un niño familiar de Belcebú nos había avisado en el pueblo de la peligrosidad de la bajada y de que no quería tener que avisar al helicóptero (o al menos eso le entendimos), pero realmente el descenso es tendido por una pista o senda ancha sin mucho desnivel.

Los kilometros empezaban a hacer mella, y estabamos deseando llegar lo antes posible ya que a nuestras espaldas se estaba cocinando una tormenta veraniega de lo más rica, asi que apretamos el paso y llegamos a Lleret, con unas vistas preciosas del valle donde se distinguían dos pueblecillos por los que tendríamos que pasar el día siguiente: Boldis Jussá y Boldis Sobira.

Boldis Jussá y Boldis Sóbira, desde la vertiente opuesta del valle

En Lleret, la senda deja de bajar y toma un camino no apto para gente con vértigo que discurre a media ladera, muy bonito pero que no apreciamos por lo cansados que ibamos ya. La tormenta con sus truenos se acercaba y en cuanto tuvimos Aineto y Tavascán a la vista nos lanzamos ladera abajo a toda hostia, desafiando a nuestros tobillos, rodillas y músculos varios. Sin más problemas y sin mojarnos ni una gota, arribamos primero a Aineto y 10 minutos más tarde a Tavascán, donde fuimos directos al hostal Llac de Cardós. Y literalmente, esos fueron los últimos pasos que dí en la calle, porque me tumbé en la cama tras ducharme y me quedé descansando los pies, que me quemaban como si tuviese chili en ellos.

Bajamos a cenar al mismo restaurante del hotel donde por un módico precio nos tomamos un menu hipercalórico que nos revitalizó y cargamos las pilas antes de irnos a sobar y afrontar otro día más de ruta pirenaica.

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