martes, 7 de agosto de 2012

Transrrauláica 2012 Día 3 De Pineta a Parzán

El día amaneció fresco pero agradable, con una luminosidad que hacía prever un buen día de montaña entre cielo azul, prados verdes y blancos neveros. Habíamos dormido generosamente aún estando en el duro suelo del camping, pero es que el día anterior habíamos tenido un buen tute y nuestros cuerpos nos lo pedían. El rocio mañanero había empapado tienda, botas y todo lo que estuviese fuera, así que mientras que esperábamos que el sol hiciese su trabajo nos fuimos a desayunar al bar del camping unas magdalenas y un colacao. De vuelta, y con toda la calma del mundo, recogimos la tienda e hicimos las mochilas, en el ya conocido ritual de las mañanas.

La jornada era obviamente más tranquila que la del día anterior, pero eso no significaba corta ni llana. Otros mil metros de desnivel y unas 7 horas de duración planeada. Y además contábamos con una dificultad añadida y era que estábamos a 5 o 6 kilómetros del punto de comienzo de la etapa, y nos apetecía bastante poco andarlos, y encima por asfalto. Compramos una barra de pan en el supermercado y sacamos el dedo mágico del autostop. Aproximadamente a los 3 segundos un coche blanco paró en el arcén de la carretera. Dos simpáticas mujeres de Madrid se habían apiadado de nosotros y nuestras mochilas y se ofrecían amablemente a acercarnos hasta la pradera de Pineta. Muchas gracias desde aquí hacia ellas, que nos ahorraron un coñazo de camino.

Tras despedirnos de nuestras benefactoras, cogimos la senda a la altura de una ermita cerca del parador para descubrir un precioso camino que ascendia infernalmente por en medio del bosque. Sin tregua, sin pausa y sin rellano, las marcas blancas y rojas que nos acompañarían durante tres días marcaban un sendero casi vertical que, apoyándose en raíces y piedras ganaba altura de manera vertiginosa. Para mas INRI, el bosque no permitía que corriese el aire y la humedad era más alta que lo normal, con lo que la sudada fue de órdago. Cada uno a su ritmo e intentando no deshidratarnos, logramos llegar al fin del bosque para coger una pista que por lo menos hacía alguna ese más y en la que el aire se movía algo.
Llanos de Lalarri
Tras 15 minutos de pista llegamos a los archi conocidos llanos de LaLarri, mirador privilegiado del macizo del Monte Perdido, su glaciar y el valle de Pineta. Las vacas pastaban tranquilamente, un campamento escolar reposaba al lado de una cabaña de ganado y el sol lucía limpio en el cielo. La estampa era preciosa, con el verde de los prados enmarcando el gris de la roca y el blanco de los neveros mientras que el azul reinaba en lo alto. Sin embargo, sólo un factor venía a perturbar esta paz, y era nuestra mongolidad, que con las prisas nos había hecho olvidar llenar las cantimploras de agua. Por ahora la situación no era preocupante, pero nos tomamos unas piezas de fruta para meter algo de líquido al cuerpo.

La senda ascendía rodeando la cabaña y volvía a internarse en el bosque, girando de nuevo para, tras un rodeo coger la ladera del valle de Pineta a una considerable altura. Este fue el único punto donde las marcas del GR-11 no estaban claras y nos perdimos durante unos segundos, pero rápidamente volvimos a coger el camino con el buen rumbo. Salimos del bosque y llegamos a la zona de prados tras subir una dura rampa. Se veía en lontananza el refugio de la Estiba y lo que parecía ser una fuente con abrevadero. Apretamos el paso debido a nuestra boca seca y en un rato llegamos a la fuente donde descansaba otro grupo de chavales con sus monitores.

Bebimos a placer mientras charlábamos con el grupo, que venía de un colegio de Madrid y llevaba unos días de travesía por el monte cargando buenas mochilas. Le echamos un par de pastillas de Isostar al agua, comimos unos frutos secos y descansamos un rato largo, sabiendo que habíamos pasado ya el mayor desnivel de la etapa. Los chavales reanudaron su camino y nosotros, tras echar un último vistazo al macizo del Perdido, subimos hasta un collado que atravesaba una pista forestal. Ante nuestros ojos se abrió la Plana Fonda, especie de mini-valle paralelo al valle de pineta, completamente plano y solitario que en invierno y cubierto de nieve debe ser una delicia. Es un sitio perfecto para vivaquear, rodeado de hierba y con marmotas correteando alrededor. Disfrutamos este tramo cuanto pudimos y giramos a la izquierda para ascender al último collado del día: el collado de la Sobreestiba, que alcanzamos tras una breve cuesta.

La Plana Fonda

Desde arriba, dijimos adiós definitivamente al entorno del Valle de Pineta, con el que nos habíamos deleitado durante las últimas horas. Pese a que la fama se la lleva el valle del rio Arazas, este valle es también espectacular, y marco de muchas de las mejores excursiones que se pueden hacer en Ordesa. Hicimos el mongolo un rato con la cámara de fotos y continuamos la marcha, esta vez cuesta abajo siguiendo el barranco de Pietramula. En un principio el GR-11 descendía rápidamente, por una estrecha y entretenida senda que no te permitía despistarte y que hacía que las rodillas y dedos gordos sufriesen. Sin embargo, tras un rato en este camino se vio al fondo una plana con ganado, unos coches y un grupo de excursionistas, señal inequívoca de que comenzaba la tan temida pista.


Descansando en el collado

Menudo buey/toro/bicho grande

Y asi era, una pista ancha y tediosa llegaba hasta muy arriba, donde había un par de todoterrenos de apoyo aparcados y un nutrido grupo de senderistas. También un riachuelo que bajaba de las alturas, al lado del cual un grupo de vacas, bueyes y caballos pastaba tranquilamente sin ser incordiados ni por los humanos ni por los coches. Sin más dilación, enfilamos la pista cuesta abajo, siendo conscientes de que los bonito de la etapa se había terminado. Al cabo de una media horita nos cruzamos con un grupo de chavales de campamento con muy diversa actitud hacia la marcha: unos caminaban animados y a buen paso, charlando con alegría y otros (especialmente chicas) nos preguntaban qué cuanto quedaba para llegar arriba con evidente cara de cansancio físico pero sobre todo mental. Creo que es un error mandar a un campamento de estos a un hijo tuyo si no le gusta la montaña ya que puede convertirse en una auténtica tortura y llegar a odiar el monte y todo lo que venga con él.

Tras otro rato largo más paramos a comer a la poca sombra que daba una borda de pastores, acondicionada en su interior con unos colchones de paja por si sorprendiese una tormenta o la noche. Dimos buena cuenta de unos bocadillos de “sabroso” pavo y queso y descansamos del criminal sol que golpeaba este precioso valle de Langorrués. Tras el reposo, mas pateo de pista, a buena velocidad pero rezando por una bici de montaña que nos facilitase muuucho lo que quedaba de etapa. De buena charleta llegamos a Chisagües, el primer pueblo que veíamos desde Torla, donde la pista se transformaba en carretera y en donde no creo que viviese mucha gente. Parece ser que el valle que bajábamos albergó minas en el pasado y que mucha de la producción de hierro de Aragón durante la edad media se sacaba de aquí.

Ese pico, al E del valle de Bielsa, creo que se llama Punta Suelza
Desde Chisagües, la carretera bajaba haciendo eses hasta Parzán, el final de la etapa y entre la paliza del día anterior y el asfalto recalentado mis pies empezaron a resentirse en las plantas y los dedos. Sin duda fue la parte más coñazo de la ruta, hartos ya del aburrido alquitrán y deseando llegar al hostal que nos esperaba. Casi al fondo del valle salió un camino que nos ahorro unos metros de asfalto y nos dejó en el pueblo donde encontramos el Hostal Lafuen a pie de la carretera que llevaba a Francia. El pueblo era poca cosa, unas cuantas casas diseminadas alrededor de una iglesia más propia de Cádiz que de Huesca y una pequeña urbanización con tienda y gasolinera que daba servicio a las cercanas estaciones de esquí del otro lado de la frontera. Sin embargo, el hostal estaba bien, y pese a no encontrar nuestra reserva nos alojaron en una doble con vistas a la carretera. Una habitación y un baño funcionales, que nos sobraba para los estándares del viaje. Me curé las ampollas que habían salido y que me molestarían el resto de los días e hicimos un intento muy pobre de lavar la ropa sucia.

Estuvimos un rato en la terraza del hostal leyendo y descansando y luego cruzamos al super de enfrente, hecho exclusivamente para franceses pero que nos solucioó muchas cosas. Tras comprar algo de comida, tiritas y un pack de calcetines (¿Quién se pone a fregar calcetines mugrientos por 2 míseros euros?) nos dirigimos al comedor del hotel donde cenamos copiosamente unas alcachofas y un churrasco aragonés. Tras un rato más de lectura y una conveniente llamada a casa, nos fuimos a sobar en una cama por primera vez en tres días.

Datos Prácticos
Tiempo empleado: 7 horas más o menos con descansos

Desnivel: +1000 m

Dificultad: Fácil, únicamente superar el desnivel positivo.

Alojamiento: Hostal LaFuen. Bastante bien, funcional. Cena buena y desayuno cojonudo, el mejor de toda la ruta. Agua: Fuente en las cercanías del refugio de La Estiba. Luego algún arroyo por ahí.

1 comentario:

  1. ¡que grandes sois!
    Me gusta mucha la montaña pero cuando pones el desnivel me pongo a temblar.

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